BORGEN, LA POLITÉCNICA Y LOS MANDARINES: España, Grecia y Dinamarca, encuentra las diferencias

borgenHay semanas en las que determinados elementos confluyen, cual astros que se alinean en el firmamento. En esta se ha producido el alineamiento interestelar de los que acompañan el título: el estreno en España de la serie danesa Borgen, mi lectura de la novela Suicidio perfecto de Petros Markaris y la salida al mercado de la última obra de Gregorio Morán El cura y los mandarines.

Explicaré primero cada uno de los elementos y después las consecuencias de su alineamiento. Borgen es una serie danesa (2010) que se ha convertido en un icono de la realización televisiva europea, aclamada desde su estreno. Narra la historia ficticia de Birgitte Nyborg, la líder de un pequeño partido bisagra de centro danés, que por una serie de circunstancias llega a ser la primera mujer primer ministro de Dinamarca  y los efectos que tiene en su vida personal.

Suicidio perfecto, publicada en España en 2004, se trata de una deliciosa novela negra de la serie protagonizada por el comisario Kostas Jaritos en la que debe esclarecer el suicidio en público de unos personajes que en su día estuvieron ligados a la denominada “generación de la Politécnica”, llamada así porque de la Universidad Politécnica se nutrían los principales opositores a la Dictadura de los Coroneles (1967-74) y en ella se produjo la más grande de las matanzas por parte de régimen en noviembre de 1973.

Por su parte, El cura y los mandarines es el último título de Gregorio Morán, periodista conocido por sus columnas dominicales en La Vanguardia y por haber escrito una de las más crudas biografías de Adolfo Suárez (Adolfo Suárez, ambición y destino). La obra no ha estado exenta de polémica ya que ha tenido que ser editada por Akal ante la negativa del coloso Planeta de hacerlo por la crítica que en él aparece a Víctor García de la Concha, exdirector de la RAE y actual director del Instituto Cervantes. ¿Qué teme Planeta de García de la Concha? Su influencia en el mundo cultural español y en la RAE, que tenía pendiente la salida inmediata de una nueva edición de su diccionario, editado por… oh sorpresa!!!, la editorial Planeta.

¿Qué une los tres elementos? Bien sencillo. Al menos yo he visto una alineación planetaria (¿casualidad léxica?). El libro de Gregorio Morán describe las circunstancias que envolvieron a nuestra “generación de la Politécnica”, los que el llama mandarines, pues se encontraban en el entorno del gran líder, Jesús Aguirre, duque consorte de Alba, llamado también el Cura por su pasado sacerdotal. Todo ese grupo de intelectuales que hoy se han convertido en prebostes de nuestra cultura y que tienen como principal mérito el de haber “contribuido”, según ellos decisivamente, a la arribada de la democracia. Porque sin ellos, este país seguiría siendo un país de boina y alpargata, pero allí estaban ellos, luchando desde la sombra contra el franquismo, para que cuando el dictador muriera salieran de su cubículo y nos “ilustraran” con su sapiencia y nos “guiaran” por la senda de la “modernidad”. Pero existen diferencias con la generación de la Politécnica en Grecia. Mientras aquellos luchaban, en ocasiones, desde detrás de una barricada a las puertas de la Universidad, la nuestra lo hacía desde cátedras universitarias, desde la prensa oficial, desde la televisión pública, desde la soledad de la escritura para minorías, cual estilita bizantino. Así surgieron esos nombres que conforman nuestros adorados “padres de la democracia”. La versión cultural es la “destripada”, nunca mejor dicho, por Gregorio Morán en su última obra: Javier Pradera, Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón, Jesús Polanco, Haro Tecglen…

En las obras de Petros Markaris vemos a la generación de la Politécnica griega aposentada en la nueva democracia y obteniendo pingües beneficios de su pasado de activistas luchadores por la democracia. En España, no hace falta que os diga cómo han acabado los personajes citados por Morán (y tantos otros que podríamos citar): el imperio Polanco, las ganancias de Ansón, el sueldo de Juan Luis Cebrián… También deben ser recordados los giros ideológicos, por no llamarlos de la forma más expresiva y española (chaqueteo) de estos personajes, como el famoso artículo de Javier Pradera en 1986 a favor de la permanencia de España en la OTAN, lo cual le enfrentó momentáneamente a Cebrián, hasta que éste también realizó su particular pirueta ideológica. Por no hablar de la biografía izquierdista inventada de Haro Tecglen, que provocaron uno de los más duros artículos “postmortem” que he leído jamás, a cargo del citado Gregorio Morán.

No conozco muy bien la historia contemporánea griega, pero, por desgracia para mi salud política, conozco bastante la española. Nuestra particular generación de la Politécnica, no sé si ocurrió igual en Grecia, parece cortada por un mismo patrón. Todos provenían de familias de pasado franquista, más o menos destacado, que un día descubrieron que “había que matar al padre”, pero no sólo metafóricamente, sino “de mentiras”, como dicen los niños en los juegos. Así, descubrieron que era moderno (“ye-yé” se decía entonces) hacerse de izquierdas, incluso comunista, y jugar a “luchar contra el franquismo”, pero “de mentiras”, sin mucho peligro, total, si algo pasaba, siempre estaba allí papá para sacarnos de la cárcel. Insisto, qué diferencia con aquella generación de la Politécnica que un 14 de noviembre de 1973 se rebeló contra los Coroneles y acabó con más de un centenar de muertos tras la entrada del ejército en el campus. Quizá por ello, aquí nuestro dictador murió en su cama, o intubado en la de un Hospital que tanto da. Sólo tenéis que repasar en la Wikipedia de dónde venían los Cebrián (su padre director del diario falangista Arriba), Pradera (su abuelo fundador del partido Bloque Nacional, junto a Calvo Sotelo), Polanco (de familia de larga tradición militar), Ansón (él mismo miembro del Consejo Privado de don Juan y periodista en el nada “opositor” diario ABC durante el franquismo).

Pero en España tuvimos, inmediatamente a la muerte del dictador, toda una caterva de intelectuales que se convirtieron en los hijos de aquellos prebostes “luchadores” por la democracia desde la trinchera de su buena posición social y el paraguas de papá. Es la denominada generación de la CT (Cultura de la Transición). Son la nueva casta de los Intocables, pero no por su pobreza, sino porque nadie se ha atrevido a desenmascarar el origen de su poderío: su apego al poder. Ahí están Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Fernando Savater, Álvaro Pombo, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Arcadi Espada, Pérez-Reverte… sólo por citar la versión literaria de la CT. ¡Ah!, eso sí, todos se creen con el derecho de seguir diciéndonos dónde está el bien y el mal. Asentados sobre sus poltronas intelectuales, como los miembros de la generación de la Politécnica que vemos en las novelas de Markaris. La mayoría desde sus bien pagadas columnas periodísticas, pero también desde cargos de gran solera. Especialmente queridos son para ellos los sillones de la RAE (Vargas Llosa, Muñoz Molina, Ansón, Cebrián, Pérez-Reverte, Pombo, Marías) o el Instituto Cervantes (Azúa, Muñoz Molina).

La capacidad de cinismo que manifiesta nuestra generación de la Politécnica es verdaderamente asombrosa. Los vemos, de cuando en cuando, predicar contra las maldades del sistema, la podredumbre del mismo, como si ellos estuvieran ajenos a todo ello, como si hubieran sido meros espectadores. Dos ejemplos. El año pasado leí el ensayo de Muñoz Molina titulado Todo lo que era sólido. Me quedó un regusto amargo. Estaba a favor de algunas de las tesis del autor, pero cuando se puso a despotricar contra el despilfarro cultural en España, especialmente el autonómico, no me dejaba de dar vueltas el sueldo que cobraría el citado Muñoz Molina como director del Instituto Cervantes en Nueva York. Ahora, he leído esta semana un furibundo artículo de Félix de Azúa contra la endogamia universitaria a tenor del caso Errejón. Él, que logró en 1993 una plaza de catedrático en la Universidad Politécnica de Barcelona (como la de Atenas, ¡qué guiños tiene a veces la vida!) recién aprobada la LRU que consagraba el sistema de elección de las plazas universitarias bajo control de los departamentos de las propias universidades. Errejón no tenía derecho a una plaza de becario diseñada para él, pero Félix de Azúa sí tenía derecho a su plaza de catedrático endogámico. Creo que alguien debería investigar quiénes componían el tribunal de acceso a su plaza y en cuantos tribunales él ha participado para que el concursante adicto obtenga la suya. Por cierto, todo este grupo de la CT se muestran muy críticos con la España de las autonomías y algunos son acerados antinacionalistas. Ya he mencionado las críticas de Muñoz Molina en su Todo lo que era sólido, pero es más conocida la militancia de Álvaro Pombo, Arcadi Espada y Savater en el partido antinacionalista (o nacionalista españolista, tanto da) UPyD o la de Félix de Azúa en Ciutadans. Resulta curioso, por cierto, que excepto Javier Marías (el menos CT y menos apegado al poder), todo ese grupo de partidarios del centralismo más recalcitrante hallan nacido en la periferia (Barcelona, Santander, Cartagena, San Sebastián). Igual sucedió con nuestros ilustrados del siglo XVIII (Campomanes, Floridablanca, Jovellanos…). [Nota al margen: otro tema para Un Club Sin Socios].

¡Qué filón tiene la novela negra española en estos personajes! No es que yo desee que acaben como los de las novelas de Petros Markaris, pero sin duda Vázquez Montalbán hubiera sacado buen partido de ellos. Podría Carvalho destrozar y quemar sus libros mientras investiga el asesinato de algún empresario enriquecido a la sombra de la CT.

Después de adentrarte en la Grecia de Markaris y en la España de la CT, te marchas al norte a observar la política nórdica bajo el prisma de la serie Borgen y te entran ganas de llorar. O de salir corriendo, como tantos universitarios españoles (la generación Erasmus), coger toda la ropa de abrigo del armario y los ahorros que te dejan la hipoteca y las carreras de tus hijos, y marchar rumbo a Copenhague.

No creáis que la política danesa es un dechado de virtudes y buenas intenciones. Tenemos una idea bastante idealizada de Escandinavia (leed novela negra nórdica o a Arto Paasilinna y veréis otra imagen de estos países), pero, a pesar de las deficiencias de su sistema político, nada es comparable con el “caluroso” y “caótico” Sur. Allí también hay políticos engominados, malcarados, antipáticos, cínicos, vamos un poco “hijoputa” (la RAE define el término como “mala persona”). Curiosamente en la serie este es el perfil del líder del partido Laborista, que pretende acceder al poder en manos de los conservadores. El líder de éstos es un maduro señor que le gusta ir escoltado, con coche oficial, pero cuya mujer se encuentra en una profunda depresión que le lleva a realizar compras compulsivas, pagadas algunas de ellas con la tarjeta institucional de su marido. Pero lo hace éste sin malicia, cometiendo un error muy humano: no poder soportar la situación de su matrimonio. Y lo hace una sola vez, para sacar a su mujer de un enojoso apuro. ¡Qué diferencia con nuestra España y sus tarjetas black!

En el primer capítulo, se produce el debate televisivo de final de campaña. Están presentes todos los partidos del espectro político danés: verdes, izquierda, derecha, centro, ultraderecha. ¡Vamos, igual que en España y nuestros debates Barça-Madrid!, perdón, PP-PSOE, quería decir. En el debate, el engominado líder del Partido Laborista, Michael Laugesen, se lanza contra el presidente del gobierno, el conservador Lars Hesselboe, ya que ha recibido el chivatazo de la utilización de la tarjeta institucional por parte de su mujer. El impacto, en directo, es tremendo. La expresión maquiavélica del líder laborista de manual del Actor’s Studio. Todo ello podría haber sucedido en España, excepto el debate múltiple. Lo que hubiera resultado extraño son las consecuencias de la actuación del líder laborista. Al día siguiente, la cúpula de su propio partido se pone en su contra, pues no considera ética su actuación. Dos días más tarde, el electorado castiga al partido Laborista con una pérdida sustancial de sus escaños. ¡Todo muy nórdico! Partidos coherentes, electorado sensato. En España, seguro que las huestes del partido hubieran jaleado al líder, la prensa adepta se hubiera sumado a la adoración y el electorado hubiera ratificado con sus votos una actuación tan oprobiosa.

En ese mismo debate se produce la eclosión de la líder de un pequeño partido de centro (el Moderado) dirigido por una mujer, Birgitte Nyborg, la protagonista de la serie. Su discurso es totalmente personal, no el escrito por su asesor de campaña, al que no le ha hecho caso ni en el vestuario. Impacta tanto al electorado que éste le apoya con sus votos. No obtiene la mayoría, pero el rey decide proponerle formar gobierno ya que ha sido la ganadora moral y puede aunar en torno a sí una coalición para sacar a Dinamarca de la crisis. ¿Os parece extraño? Es Dinamarca, es la Europa del Norte.

Que la nueva primera ministra vaya en bicicleta a su despacho (sin necesidad de aparcar su automóvil en el carril bus o llamar a gritos a su chófer como la ínclita Celia Villalobos) es una imagen ya conocida de los políticos nórdicos. Pero el ambiente que se respira en la política que refleja Borgen nos es muy ajeno. E insisto, espero en la serie la aparición de traiciones, oscuros manejos, malas artes, pero bajo otro contexto. Un poco como lo que diferenciaría el ambiente de la novela negra nórdica que refleja Los crímenes de Fjällbacka (serie basada en las novelas de Camilla Läckberg) y El comisario Montalbano (inspira en las obras de Andrea Camilleri), ambientada en la Sicilia más profunda.

Quizá es que discursos como los de Birgitte Nyborg sólo son posibles en aquella otra Europa, en la que nosotros nunca entraremos, pues no hay tratado de adhesión que nos limpie de nuestra más negra historia. Y si no lo creéis, decidme si alguien se atrevería a improvisar dos días antes de las elecciones un discurso así:

“Creo que estamos perdiendo el pegamento que mantiene unidos a Dinamarca… Creo que es un mito que todos seamos iguales y disfrutemos de las mismas oportunidades. Porque cada individuo es dueño de su propio destino, pero creer que las fuerzas del libre mercado son el remedio para las desigualdades es como creer que los coches solucionarán el efecto invernadero. No es una solución. Si queremos crear una nueva Dinamarca, tendremos que inventar una nueva forma de hablar y de comportarnos en política. Tal vez palabras como socialismo, liberalismo y solidaridad sean palabras que describan el mundo del pasado y no el futuro. El mundo moderno está lleno de variedad y la democracia también debe estarlo”.

Dedicatòria: Gràcies per haver-me llegit. Cada vegada que torne a escriure aquí, recordaré les teves paraules d’elogi, no ho podré evitar. Aquest és un dels records que sempre em quedaran de tu. Fins sempre.

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