26 MILLONES DE ESPAÑOLES, Y YO ENTRE ELLOS: Un comentario de historia militar

Se han rasgado las vestiduras la progresía española, los blogs izquierdosos, los tuiteros con ínfulas de predicadores libertarios o los tertulianos al servicio de la futura III República con la noticia de las amenazas aparecidas en un grupo de whatsapp de jubilados militares españoles en el que pretendían solucionar los problemas de España, resumidos en uno solo, la existencia de un gobierno de coalición social-podemita, fusilando a 26 millones de españoles. No sé de qué se extrañan estos grupos, personas o medios. ¿Es algo nuevo? ¿Estamos descubriendo ahora, cuarenta años después de inaugurada la democracia, que existe en España un grupo, más o menos numeroso, de personas que tienen de demócratas lo mismo que yo de bombero torero?

Se escucha ahora que el ascenso de VOX, su cada vez menos oculta ideología ultra, no es sino la salida a la superficie de unas formas de pensar y proceder que ya estaban en buena parte de la sociedad española, en buena parte de la derecha española, social y, sobre todo, mediática, que ahora ha perdido la vergüenza de manifestarse públicamente. Otro tanto ocurre con el trasfondo de la noticia sobre el grupo de whatsapp de militares retirados. Suelo hacerme preguntas sencillas ante problemas que parecen complejos, para aclarar el análisis. Aquí va: ¿estos militares retirados han pasado a pensar de esta brutal manera a consecuencia de su retiro? ¿Antes de pasar a la jubilación eran militares demócratas y defensores de la Constitución con respeto a las diferencias ideológicas y su obligación de servir al gobierno, sea este quien sea? ¿O eran ya entonces, cuando portaban armas, cuando dirigían divisiones de soldados, cuando gestionaban aviones de combate, piezas de artillería y otros artefactos mortíferos, tan partidarios de soluciones violentas ante problemas políticos? Creo que, evidentemente, la respuesta es que no les han entrado las ansias homicidas con la edad, no han perdido su pensamiento demócrata con la jubilación y que durante el ejercicio activo ya pensaban de igual manera. Y, con ello, tenemos un problema.

Pero el problema no es de hoy. Y de ello quiero escribir, pues poco me importa si es legal, ilegal, alegal, broma, chanza o delito la cuestión en sí. Quedará como otra noticia más que se perderá en unas semanas. Pero forma parte de un síntoma que quizá algún día nos arrepintamos de no haber tratado como se debía.

¿Ha sido nuestro ejército siempre tan partidario de soluciones violentas? Pues casi. No olvidemos que el ejército tiene en sí mismo, se quiera o no, por definición teórica, aunque la mayoría acabemos razonando sobre la necesidad de su existencia, así ha sido desde la creación de las sociedades humanas complejas (desde el Neolítico, quizá), un componente violento. Se basa en el uso de la violencia contra el enemigo: exterior o interior. En el caso de España, sin irnos muy lejos, y centrándonos en la época contemporánea, la que surge con la creación del estado liberal, así ha sido. No debe extrañar, por ello, que la primera etapa de dicho periodo, la situada en el reinado de Isabel II (18338-1868) se denomine en mucha bibliografía como “la época de los espadones”, por la cantidad de militares que ocuparon el poder político (Narváez, O’Donnell, Espartero, etc), que llegaban a él de forma violenta, o más o menos legal.

El origen de la influencia de los militares en la política española del XIX, casi toda la historiografía lo sitúa en la necesidad que el poder político tuvo de echar mano de ellos en los diversos conflictos de la primera mitad del siglo: Guerra de Independencia contra los franceses, Guerras de Emancipación de las colonias americanas, Guerras Carlistas. Pero en esta primera etapa, estos militares eran partidarios de un cambio de régimen desde el absolutismo que pretendía restablecer el rey Fernando VII (dicen que el peor de toda la Historia de España, hasta que no se demuestre lo contrario, que por el camino vamos, por otra parte). La figura de Rafael del Riego es señera en esta época: acabó rebelándose contra el rey que pretendía enviarle a América a sofocar los levantamientos liberales independentistas. Como liberal que era, no podía marchar a luchar contra otros liberales al mando de un gobierno absolutista. Su levantamiento en Cabezas de San Juan inició un proceso que acabó por obligar a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, a su pesar. Se iniciaba, así, el primer gobierno liberal en España que apenas duró tres años. Es conocido que el rey acabó pidiendo ayuda a su familia borbónica francesa, que con un ejército (Los Cien Mil Hijos de San Luis) volvió a otorgarle todo su poder absoluto. Riego intentó resistir en Cádiz, pero, traicionado, fue arrestado y ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823, entre los insultos del público. Curioso, ¿no?, que quien se convirtió, con su himno, en paradigma de la libertad para el resto de los tiempos en España, acabara siendo pagado de aquella manera por el pueblo.

Aunque durante el reinado de Isabel II, época de los espadones, los militares no hicieron más que aumentar su poder, siempre había intrínseca una ideología liberal en todos ellos. Liberal tal y como se entendía en el siglo XIX en Occidente, que en poco de lo que ahora llamamos democracia se parecía. Los había conservadores, los había progresistas, los había unionistas e, incluso, republicanos (como el general Villacampa). No en vano, en la expulsión de la reina Isabel II jugaron un papel importante los militares, especialmente el general Serrano.

Aunque la tendencia ya se comenzó a ver con la denominada Restauración borbónica de 1874, iniciada con el levantamiento del general Martínez Campos, que trajo a España al hijo de Isabel II, Alfonso XII, hubo que esperar al siglo XX para advertir como aquellos militares liberales (de todas las tendencias) se transmutaron en militares no ya conservadores, sino retrógrados. Es decir, amigos de la vuelta al pasado y, sobre todo, partidarios del control del poder político, por las buenas o por las malas. Siempre, desde el siglo XIX, habían ocupado importantes parcelas de poder y habían cambiado éste a su antojo, con pronunciamientos o asonadas más o menos violentas. Pero una nueva marca se inscribía en su forma de actuar públicamente desde los inicios del siglo XX: una cosa era el Estado, al que podían respetar o no, y otra España, la Patria, como comenzaron a denominarla. Esa, la Patria, España, era suya. Ellos eran los garantes de su existencia, y solo existía en la forma que ellos la entendían: conservadora, católica, monárquica, imperial, unitaria, patriarcal. Cualquier otra forma de entenderla era ultrajarla, mancillarla,  injuriarla, ofenderla, despreciarla. Esa Patria tenía unos símbolos, que ellos defendían de los enemigos, particularmente interiores, pues desde 1898 España no volvió a tener un conflicto bélico con otro país. La Guerra del Rif era una guerra colonial que no representaba un peligro para la integridad de España. Esos símbolos eran su propio nombre, España, su bandera, su himno, pero también otros entes inmateriales: la corona, la religión, la unidad.

La mayoría de historiadores estamos de acuerdo en que este cambio se produjo a consecuencia de una derrota: la del 98. Los militares comenzaron a pensar que el gobierno les había abandonado, que no había hecho lo suficiente por la victoria y que no se sentían responsables de la humillante derrota ante los Estados Unidos. Pero la ocasión en que quedó patente el cambio de actitud de los militares se produjo en 1906: el asunto de la revista catalana ¡Cu-Cut! Qué curioso, Cataluña en el origen del asunto. Ni curioso, ni casual: paradigmático. Los militares consideraban que Cataluña, en realidad se referían al nacionalismo catalán (entonces muy conservador, por cierto), era un problema y solo existía una forma de solucionarlo: “dejadlo en nuestras manos”. El affaire “¡Cu-Cut!” es bastante conocido, pero para los legos lo resumo rápido. Dicha revista satírica catalana ya llevaba tiempo incordiando al poder, cosa que siempre debe hacer una revista satírica que se precie, por otra parte. Entre los protagonistas de sus chanzas estaban, de cuando en cuando, los militares. El 25 de noviembre de 1905, la redacción de la revista fue asalta por un grupo de oficiales militares (ni una docena, ni dos, trescientos), al considerar improcedente una viñeta que se había publicado en el último número. La que tenéis como ilustración de este post y que os transcribo: “AL FRONTON CONDAL. –¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente? -El Banquet de la Victòria. –¿De la Victoria? Ah, vaya, serán paisanos. ¿Derrotados los militares? Nada de eso, la culpa era de los gobiernos. Por ello, si no les defendía el gobierno, ellos mismos lo harían. Los autores del asalto no fueron juzgados, no fueron depurados. Al contrario, con la participación más o menos directa del rey Alfonso XIII (el abuelo de nuestro Emérito) según diversos historiadores, el gobierno de Montero Ríos cayó, ante su intento de sancionarles.

La principal consecuencia de los hechos del “¡Cu-Cut!” fue la aprobación de la denominada Ley de Responsabilidades. Pero antes de comentarla, volvamos al papel del rey. Su padre había vuelto del exilio con ayuda de los militares y, él mismo, se encontraba muy cómodo en los ambientes castrenses que cada vez se hacían más retrógrados. Véanse sino estas palabras publicadas en 1902 (año de su proclamación como Alfonso XIII) en la revista La Correspondencia Militar: «restablecer el crédito, la prosperidad, la grandeza y los prestigios que en luenga época de desastres, por falta de ideales verdaderamente patrióticos, perdió la nación que un día fue la más grande de todas las naciones». Ahí tenemos ya a los militares con toda la parafernalia retórica que, desde entonces, se hizo mainstream: Patria, Unidad y Grandeza. Por cierto, un local del PNV fue asaltado ese mismo año por un grupo de militares.

La Ley de Jurisdicciones establecía la competencia militar de determinados delitos, que serían juzgados por un tribunal militar. Entre los delitos atribuidos a la competencia militar estaban las ofensas a la unidad de España, la bandera, el honor del ejército (y la Corona, ya que era su mando supremo) y cualquier otro símbolo patrio. La defensa del honor de Patria pasaba de los tribunales ordinarios a los militares, nadie mejor que ellos lo podía hacer. Se había materializado la simbiosis entre ejército y Patria, ergo España. Y, en consecuencia, la diferenciación entre militares y sociedad española. No en vano, cuando el general Miguel Primo de Rivera escribió su proclama para inaugurar su dictadura en septiembre de 1923, aceptada directamente por Alfonso XIII que fue quien le otorgó el poder, ésta se iniciaba así: “Al país y al ejército españoles…”, como si fueran dos cosas diferentes. Y lo eran, a su entender.

Dos datos completan el asunto de la Ley de Jurisdicciones. La más furibunda y conocida proclama contra la ley fue obra de Miguel de Unamuno, el mismo que años después se opuso a aquel “Viva la Muerte, muera la inteligencia” de Millán Astray. Y, segundo, la ley fue derogada el 17 de abril de 1931, en uno de los primeros decretos del nuevo gobierno provisional de la II República. Cómo acabó haciéndole pagar el estamento militar semejante atrevimiento ya es bien conocido. Como es bien conocido que el general Franco sublimó todos los caracteres que hemos visto respecto al asunto: Patria, Unidad, Religión (católica, por supuesto), Monarquía eran patrimonio militar.

¿Os extraña ahora que este grupo de jubilados militares, y sus colegas en activo, seamos sinceros, sigan aquella senda? A mí no, aunque ello me sitúe en la lista de los 26 millones a fusilar.

Acerca de José A. Moreno

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