CIUDADANOS: Otro fracaso de desembarco político catalán en Madrid

Esta podría ser la historia del enésimo fracaso en el intento de desembarco de la política catalana en Madrid, desde el sector liberal, o el intento, también fracasado de la creación de una derecha liberal, al estilo europeo, no al trumpista, porque, mal que le pese al señor Casado, su partido no encarna el ideal de lo que debería ser un partido de centro liberal. Por mucho que se empeñe en hacer bandera del centroderecha, la casa común de ella define al PP, con líderes que aún no han condenado una dictadura como la franquista, que consideran el feminismo como un enemigo, que ponen trabas a leyes contra la violencia de género, poco liberalismo centrista les debemos otorgar. Porque aunque se encuentren encuadrados en el Partido Popular Europeo, apenas si les une algo con otros grupos, como la Plataforma Cívica en Polonia, que introdujo la financiación pública de la fertilización in vitro, apoyó la iniciativa ciudadana para la liberalización del aborto y las uniones civiles para parejas del mismo sexo.

Pero ese no es el tema que me trae aquí, ese otro sería el del fracaso de un partido democristiano en España, pero claro, con un cristianismo católico, al que le cuesta salir de Trento, poca cosa se puede hacer. Ahora lo que me trae es la debacle, previsible a marchas forzadas, de Ciudadanos. Y ello visto como un nuevo fracaso en el aterrizaje de un grupo de centroderecha catalán en la política española, pues no olvidemos que Ciudadanos (Ciutadans en su origen) nació como un partido en clave de política catalana. Un partido que quería representar una centroderecha liberal no nacionalista, frente a su competidor en ideología y espectro político Convergència i Unió.

Y no es ésta la primera vez que se ha intentado y no es la primera vez que ha fracasado. Cada una tiene su propia idiosincrasia, así como diferente punto de partida y forma de llegar al fracaso, pero lo cierto es que es como si desde Cataluña se quisiera, de tanto en tanto, liberalizar España, pero ésta no se deja. En realidad, acaba fagocitada por la ranciedumbre de la derecha española que hunde sus tentáculos en la corrupción, la casposidad y la beatería desde los tiempos de la Restauración alfonsina, allá por el siglo XIX.

El primer intento tuvo lugar en la crisis de la citada Restauración que comenzó a hacerse patente durante la Primera Guerra Mundial, cuyos efectos se sintieron en España, a pesar de haberse declarado neutral: crisis social, quiebra del bipartidismo creado por Cánovas en 1876, fracaso de las ínfulas imperialistas en el norte de Marruecos. Un partido, la Lliga Regionalista, de ideario regionalista conservador catalán, que se había fundado el primer año del siglo XX, de carácter burgués, en el sentido más europeo del término en aquel momento (propietarios de fábricas y emporios comerciales) se ofreció para salvar la nave del sistema de la Restauración, que ya hacía aguas desde 1898, pero que había sufrido un socavón en 1917 con el planteamiento de la primera huelga general revolucionaria por los grupos obreros.

En 1918, el presiente del partido, Raimundo de Abadal, aceptó la cartera de Fomento en el denominado gobierno de salvación nacional. Al mismo tiempo, comenzó a impulsar la creación de un grupo próximo al ideario federativo de la Lliga en otros lugares de España con alguna implantación en Valencia, Aragón, Galicia, País Vasco y Baleares. Sin embargo, cosechó un clamoroso fracaso en las elecciones de 1918: luchar contra el caciquismo y el fraude electoral controlado por los denominados partidos dinámicos (liberal y conservador) no era fácil. Como consecuencia de ello, fueron apartados del nuevo gobierno, aunque volvieron a ser llamados tras el desastre de Annual en 1921. En este caso fue Francesc Cambó el nombrado como ministro de Finanzas.

Con la llegada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923, la posibilidad de llevar la voz de Cataluña, el centroderecha burgués, a la política nacional se truncó. La posterior deriva política de la Lliga Regionalista les llevó de apoyar, o al menos ver con buenos ojos, el golpe del antiguo Capitán General de Cataluña (que había tenido buenas relaciones con la burguesía catalana, no como con su antecesor, el bruto de Martínez Anido), ser ilegalizaos por éste y fagocitados por ERC durante la Segunda República, y a apoyar, sin paliativos, el golpe del 18 de julio de 1936, participando en labores de espionaje y apoyo logístico desde el extranjero.

La larga dictadura franquista puso un paréntesis en la democracia española que no se recuperó hasta la Transición. En España el centroderecha fue durante años un galimatías de grupúsculos y barones personales que logró aglutinar, mientras los éxitos electorales y el consiguiente reparto de la tarta del poder lo hizo posible, Adolfo Suárez con la UCD. Fue éste el que, destruido el partido, intentó crear algo parecido a un grupo centrista liberal (CDS), pero los más estrictos liberales (que no llegarían a la docena en toda España) nunca le perdonaron su pasado franquista. Era difícil encontrar en las filas del centroderecha alguien que quedara libre de culpa franquista. Solo en la periferia nacionalista (Cataluña y País Vasco) el liberalismo de centroderecha podía argüir un pasado sin mácula franquista: el PNV, Convergencia Democràtica i Unió Democràtica (unidas desde 1978).

Desde las filas de este último grupo, en 1983, dinamitada la UCD y después del tremendo éxito electoral del PSOE en las elecciones de octubre de 1982, se pensó que la nave de la ideología liberal solo se podía salvar, nuevamente, desde Cataluña. Fue la denominada Operación Roca de la que ya casi nadie se acuerda. CiU patrocinó la creación del Partido Reformista Democrático, poniendo al frente de él a su número dos, Miquel Roca i Junyent, a la sazón padre de la Constitución, pues había sido uno de sus siete ponentes. En él se incluyeron pequeños grupúsculos, que habían obtenido escaso éxito, como el Partido Demócrata Liberal, de Antonio Garrigues Walker (tildado por la prensa del momento como el Kennedy español), y partidos de ámbito regional como el Partido Riojano Progresista y Unió Mallorquina. La prensa avaló la operación (¿os suena ciudadanos?), y Pedro J. Ramírez (sí, ya estaba por allí) y su periódico de entonces (Diario 16) les encumbró como los salvadores frente al socialismo, que parecía iniciar su particular período de dominio abrumador con la mayoría absoluta de 1982. Quizá fuera Pedro Jota el inventor de un eslogan que estos días se ha hecho viral: socialismo o libertad. Él se autoproclamó abanderado del liberalismo en España y en esas sigue aún. El Partido Reformista Democrático, patrocinado desde Cataluña, recibió el apoyo de la banca y la patronal (cuyo presidente era el catalán Carlos Ferrer Salat), que le prometió 16.000 millones de pesetas de la época (cerca de 100 millones de euros) 

La operación Roca, el Partido Reformista Democrático, sufrió un tremendo fracaso en las elecciones de 1986. Tampoco ayudó mucho el que su candidato a la presidencia del gobierno, Miguel Roca, no se presentara por el partido sino por CiU, a la cual seguía perteneciendo. Logró menos de 200.000 votos (ni el 1%) y ningún escaño, naturalmente. El partido se deshizo prácticamente la misma noche electoral. ¿Dónde acabaron parte de sus componentes? Algunos volvieron a sus quehaceres: Garrigues Walker a la firma de abogados familiar que presidió hasta 2014; Florentino Pérez (que era secretario general del PRL) a sus numerosas empresas y más tarde a presidir la Casa Blanca española; Federico Carlos Sainz de Robles, siguió su carrera en la magistratura. Otros, la mayoría, ingresaron más pronto que tarde en el Partido Popular (¿os suena  ciutadans?): Rafael Arias Salgado, Pilar del Castillo, María Dolores Cospedal (el De es una impostura), Gabriel Elorriaga o Tomás Caballero.

El último de los intentos de traer a la política nacional un experimento catalán de corte liberal, de centroderecha o como Dios quiera (porque otro ente no sé si lo lograría) que queramos catalogar a Ciudadanos (nacido como Ciutadans), es la denominada formación naranja.

No voy a glosar en exceso su historia, por reciente bien conocida. Sólo poner de relieve algunos datos para enmarcar la tesis de este post: el fracaso de cualquier intento de exportar la política catalana al resto de España. Recordar que nació en 2005 como consecuencia de la derivación de una plataforma ciudadana formada contra el nacionalismo catalán y, sobre todo, su política lingüística que era catalogada de anticastellana. Tuvo un relativo éxito en las elecciones catalanas de 2006 (logrando tres escaños), pero mostró desde un primer momento una voluntad manifiesta de expandirse fuera de Cataluña. En las elecciones de mayo de 2007 ya presentó candidatura, aunque sin éxito, en las ciudades de Alicante y Salamanca. En 2008 también se presentó a las elecciones generales y andaluzas, y en 2009 a las europeas, dentro de la candidatura denominada Libertas, un grupo creado por el millonario irlandés Declan Ganley, euroesceptico que acogía también a miembros de grupos ultraconservadores católicos como el del francés Philippe de Villiers. De hecho, en las listas de Ciudadanos de aquellas elecciones europeas se encontraban personajes harto pintorescos. Sin ir más lejos, el cabeza de cartel era Miguel Durán, el por entonces mediático tertuliano, expresidente de la todopoderosa ONCE y Telecinco, que ni siquiera era afiliado y que había manifestado posturas bastantes alejadas del ideario de centroizquierda con el que decía presentarse Ciudadanos. Pero, además, también aparecían en las listas el psiquiatra Jesús Poveda, líder del Movimiento Pro-Vida en España, y Francisco García Ortuño, miembro del denominado Partido Socialdemócrata, creado por José Luis Balbás, instigador del tamayazo, que llevó a Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid, tras la traición de dos diputados socialistas. Estos hechos produjeron las primeras deserciones en el partido, nada menos que Antonio Robles y José Domingo, los dos diputados catalanes que acompañaban a Albert Rivera en el Parlament de Cataluña.

Sin embargo, el partido siguió creciendo poco a poco hasta eclosionar, gracias a un apoyo mediático y financiero no conocido desde los inicios de la Transición con UCD, convirtiéndose en 2015 en un partido de ámbito ya estatal, entrando en buena parte de los parlamentos regionales. Entre 2017 y 2019 se encontraba en la cresta de la ola: primera fuerza política en Cataluña y tercera en el Congreso de los Diputados de España. Además, gracias a sus pactos con el PP (con la aquiescencia a veces de VOX), entró a gobernar en muchas importantes ciudades (como Madrid) y autonomías (como Andalucía).

Lo acontecido desde entonces hasta esta pasada semana tiene un alcance que aún está por resolver, pero parece que en aquella carrera con la que yo hacía un símil sobre la pugna por la derecha en España, el F1 de Ciudadanos ha hecho crack, se ha quedado sin gasolina, o lo que es peor, ha chocado contra el muro de la política estatal dominada en la derecha por ese auto invencible, desde que Aznar lo convirtiera en un monstruoso bólido (trucado, bien es cierto, por todo tipo de artimañas y corrupciones).

Para otro capítulo dejo, hasta que los acontecimientos avancen, por ejemplo en las elecciones madrileñas (recordemos que según su presidenta, España es Madrid, y Madrid es España y toda España es Madrid, o algo así), la historia del fracaso del centroderecha en España, de un centroderecha liberal, europeo, socialcristiano, pues, a pesar de lo que diga el señor Casado, a Angela Merkel no se le ocurriría pactar con un partido com VOX.

Acerca de José A. Moreno

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