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CIUDADANOS: Otro fracaso de desembarco político catalán en Madrid

Esta podría ser la historia del enésimo fracaso en el intento de desembarco de la política catalana en Madrid, desde el sector liberal, o el intento, también fracasado de la creación de una derecha liberal, al estilo europeo, no al trumpista, porque, mal que le pese al señor Casado, su partido no encarna el ideal de lo que debería ser un partido de centro liberal. Por mucho que se empeñe en hacer bandera del centroderecha, la casa común de ella define al PP, con líderes que aún no han condenado una dictadura como la franquista, que consideran el feminismo como un enemigo, que ponen trabas a leyes contra la violencia de género, poco liberalismo centrista les debemos otorgar. Porque aunque se encuentren encuadrados en el Partido Popular Europeo, apenas si les une algo con otros grupos, como la Plataforma Cívica en Polonia, que introdujo la financiación pública de la fertilización in vitro, apoyó la iniciativa ciudadana para la liberalización del aborto y las uniones civiles para parejas del mismo sexo.

Pero ese no es el tema que me trae aquí, ese otro sería el del fracaso de un partido democristiano en España, pero claro, con un cristianismo católico, al que le cuesta salir de Trento, poca cosa se puede hacer. Ahora lo que me trae es la debacle, previsible a marchas forzadas, de Ciudadanos. Y ello visto como un nuevo fracaso en el aterrizaje de un grupo de centroderecha catalán en la política española, pues no olvidemos que Ciudadanos (Ciutadans en su origen) nació como un partido en clave de política catalana. Un partido que quería representar una centroderecha liberal no nacionalista, frente a su competidor en ideología y espectro político Convergència i Unió.

Y no es ésta la primera vez que se ha intentado y no es la primera vez que ha fracasado. Cada una tiene su propia idiosincrasia, así como diferente punto de partida y forma de llegar al fracaso, pero lo cierto es que es como si desde Cataluña se quisiera, de tanto en tanto, liberalizar España, pero ésta no se deja. En realidad, acaba fagocitada por la ranciedumbre de la derecha española que hunde sus tentáculos en la corrupción, la casposidad y la beatería desde los tiempos de la Restauración alfonsina, allá por el siglo XIX.

El primer intento tuvo lugar en la crisis de la citada Restauración que comenzó a hacerse patente durante la Primera Guerra Mundial, cuyos efectos se sintieron en España, a pesar de haberse declarado neutral: crisis social, quiebra del bipartidismo creado por Cánovas en 1876, fracaso de las ínfulas imperialistas en el norte de Marruecos. Un partido, la Lliga Regionalista, de ideario regionalista conservador catalán, que se había fundado el primer año del siglo XX, de carácter burgués, en el sentido más europeo del término en aquel momento (propietarios de fábricas y emporios comerciales) se ofreció para salvar la nave del sistema de la Restauración, que ya hacía aguas desde 1898, pero que había sufrido un socavón en 1917 con el planteamiento de la primera huelga general revolucionaria por los grupos obreros.

En 1918, el presiente del partido, Raimundo de Abadal, aceptó la cartera de Fomento en el denominado gobierno de salvación nacional. Al mismo tiempo, comenzó a impulsar la creación de un grupo próximo al ideario federativo de la Lliga en otros lugares de España con alguna implantación en Valencia, Aragón, Galicia, País Vasco y Baleares. Sin embargo, cosechó un clamoroso fracaso en las elecciones de 1918: luchar contra el caciquismo y el fraude electoral controlado por los denominados partidos dinámicos (liberal y conservador) no era fácil. Como consecuencia de ello, fueron apartados del nuevo gobierno, aunque volvieron a ser llamados tras el desastre de Annual en 1921. En este caso fue Francesc Cambó el nombrado como ministro de Finanzas.

Con la llegada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923, la posibilidad de llevar la voz de Cataluña, el centroderecha burgués, a la política nacional se truncó. La posterior deriva política de la Lliga Regionalista les llevó de apoyar, o al menos ver con buenos ojos, el golpe del antiguo Capitán General de Cataluña (que había tenido buenas relaciones con la burguesía catalana, no como con su antecesor, el bruto de Martínez Anido), ser ilegalizaos por éste y fagocitados por ERC durante la Segunda República, y a apoyar, sin paliativos, el golpe del 18 de julio de 1936, participando en labores de espionaje y apoyo logístico desde el extranjero.

La larga dictadura franquista puso un paréntesis en la democracia española que no se recuperó hasta la Transición. En España el centroderecha fue durante años un galimatías de grupúsculos y barones personales que logró aglutinar, mientras los éxitos electorales y el consiguiente reparto de la tarta del poder lo hizo posible, Adolfo Suárez con la UCD. Fue éste el que, destruido el partido, intentó crear algo parecido a un grupo centrista liberal (CDS), pero los más estrictos liberales (que no llegarían a la docena en toda España) nunca le perdonaron su pasado franquista. Era difícil encontrar en las filas del centroderecha alguien que quedara libre de culpa franquista. Solo en la periferia nacionalista (Cataluña y País Vasco) el liberalismo de centroderecha podía argüir un pasado sin mácula franquista: el PNV, Convergencia Democràtica i Unió Democràtica (unidas desde 1978).

Desde las filas de este último grupo, en 1983, dinamitada la UCD y después del tremendo éxito electoral del PSOE en las elecciones de octubre de 1982, se pensó que la nave de la ideología liberal solo se podía salvar, nuevamente, desde Cataluña. Fue la denominada Operación Roca de la que ya casi nadie se acuerda. CiU patrocinó la creación del Partido Reformista Democrático, poniendo al frente de él a su número dos, Miquel Roca i Junyent, a la sazón padre de la Constitución, pues había sido uno de sus siete ponentes. En él se incluyeron pequeños grupúsculos, que habían obtenido escaso éxito, como el Partido Demócrata Liberal, de Antonio Garrigues Walker (tildado por la prensa del momento como el Kennedy español), y partidos de ámbito regional como el Partido Riojano Progresista y Unió Mallorquina. La prensa avaló la operación (¿os suena ciudadanos?), y Pedro J. Ramírez (sí, ya estaba por allí) y su periódico de entonces (Diario 16) les encumbró como los salvadores frente al socialismo, que parecía iniciar su particular período de dominio abrumador con la mayoría absoluta de 1982. Quizá fuera Pedro Jota el inventor de un eslogan que estos días se ha hecho viral: socialismo o libertad. Él se autoproclamó abanderado del liberalismo en España y en esas sigue aún. El Partido Reformista Democrático, patrocinado desde Cataluña, recibió el apoyo de la banca y la patronal (cuyo presidente era el catalán Carlos Ferrer Salat), que le prometió 16.000 millones de pesetas de la época (cerca de 100 millones de euros) 

La operación Roca, el Partido Reformista Democrático, sufrió un tremendo fracaso en las elecciones de 1986. Tampoco ayudó mucho el que su candidato a la presidencia del gobierno, Miguel Roca, no se presentara por el partido sino por CiU, a la cual seguía perteneciendo. Logró menos de 200.000 votos (ni el 1%) y ningún escaño, naturalmente. El partido se deshizo prácticamente la misma noche electoral. ¿Dónde acabaron parte de sus componentes? Algunos volvieron a sus quehaceres: Garrigues Walker a la firma de abogados familiar que presidió hasta 2014; Florentino Pérez (que era secretario general del PRL) a sus numerosas empresas y más tarde a presidir la Casa Blanca española; Federico Carlos Sainz de Robles, siguió su carrera en la magistratura. Otros, la mayoría, ingresaron más pronto que tarde en el Partido Popular (¿os suena  ciutadans?): Rafael Arias Salgado, Pilar del Castillo, María Dolores Cospedal (el De es una impostura), Gabriel Elorriaga o Tomás Caballero.

El último de los intentos de traer a la política nacional un experimento catalán de corte liberal, de centroderecha o como Dios quiera (porque otro ente no sé si lo lograría) que queramos catalogar a Ciudadanos (nacido como Ciutadans), es la denominada formación naranja.

No voy a glosar en exceso su historia, por reciente bien conocida. Sólo poner de relieve algunos datos para enmarcar la tesis de este post: el fracaso de cualquier intento de exportar la política catalana al resto de España. Recordar que nació en 2005 como consecuencia de la derivación de una plataforma ciudadana formada contra el nacionalismo catalán y, sobre todo, su política lingüística que era catalogada de anticastellana. Tuvo un relativo éxito en las elecciones catalanas de 2006 (logrando tres escaños), pero mostró desde un primer momento una voluntad manifiesta de expandirse fuera de Cataluña. En las elecciones de mayo de 2007 ya presentó candidatura, aunque sin éxito, en las ciudades de Alicante y Salamanca. En 2008 también se presentó a las elecciones generales y andaluzas, y en 2009 a las europeas, dentro de la candidatura denominada Libertas, un grupo creado por el millonario irlandés Declan Ganley, euroesceptico que acogía también a miembros de grupos ultraconservadores católicos como el del francés Philippe de Villiers. De hecho, en las listas de Ciudadanos de aquellas elecciones europeas se encontraban personajes harto pintorescos. Sin ir más lejos, el cabeza de cartel era Miguel Durán, el por entonces mediático tertuliano, expresidente de la todopoderosa ONCE y Telecinco, que ni siquiera era afiliado y que había manifestado posturas bastantes alejadas del ideario de centroizquierda con el que decía presentarse Ciudadanos. Pero, además, también aparecían en las listas el psiquiatra Jesús Poveda, líder del Movimiento Pro-Vida en España, y Francisco García Ortuño, miembro del denominado Partido Socialdemócrata, creado por José Luis Balbás, instigador del tamayazo, que llevó a Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid, tras la traición de dos diputados socialistas. Estos hechos produjeron las primeras deserciones en el partido, nada menos que Antonio Robles y José Domingo, los dos diputados catalanes que acompañaban a Albert Rivera en el Parlament de Cataluña.

Sin embargo, el partido siguió creciendo poco a poco hasta eclosionar, gracias a un apoyo mediático y financiero no conocido desde los inicios de la Transición con UCD, convirtiéndose en 2015 en un partido de ámbito ya estatal, entrando en buena parte de los parlamentos regionales. Entre 2017 y 2019 se encontraba en la cresta de la ola: primera fuerza política en Cataluña y tercera en el Congreso de los Diputados de España. Además, gracias a sus pactos con el PP (con la aquiescencia a veces de VOX), entró a gobernar en muchas importantes ciudades (como Madrid) y autonomías (como Andalucía).

Lo acontecido desde entonces hasta esta pasada semana tiene un alcance que aún está por resolver, pero parece que en aquella carrera con la que yo hacía un símil sobre la pugna por la derecha en España, el F1 de Ciudadanos ha hecho crack, se ha quedado sin gasolina, o lo que es peor, ha chocado contra el muro de la política estatal dominada en la derecha por ese auto invencible, desde que Aznar lo convirtiera en un monstruoso bólido (trucado, bien es cierto, por todo tipo de artimañas y corrupciones).

Para otro capítulo dejo, hasta que los acontecimientos avancen, por ejemplo en las elecciones madrileñas (recordemos que según su presidenta, España es Madrid, y Madrid es España y toda España es Madrid, o algo así), la historia del fracaso del centroderecha en España, de un centroderecha liberal, europeo, socialcristiano, pues, a pesar de lo que diga el señor Casado, a Angela Merkel no se le ocurriría pactar con un partido com VOX.

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LA CONSPIRACIÓN: Esa forma de vida (y de muerte), de los Sabios de Sión a QAnon

Los griegos eran bien aficionados a inventar maravillosas historias para explicar el mundo que les rodeaba. Eran historias fantásticas, elucubraciones de gente ociosa, divertidas formas de ver el mundo, poéticas invenciones y narraciones que podían servir para educar a la juventud y ponerle en aprietos morales o dudas existenciales. ¡Qué bonita esa que adjudicaba al río Lete, situado en el Hades (el inframundo), la capacidad del olvido de todo el pasado a aquel que bebía sus aguas! Más tarde se complementó con la historia del río Mnemósine, el cual otorgaba la capacidad del absoluto recuerdo al que bebía las suyas. El dilema moral que se presentaba consistía en preguntar qué preferías a tu muerte, beber del Lete o del Mnemósine, para aguantar durante la eternidad todos tus recuerdos, buenos y malos, u olvidarlos, placenteros o dañinos.

Con el paso del tiempo, en la antigua Grecia, se produjo el surgimiento de otra forma de entender la realidad con la utilización de la razón. Es lo que los pensadores han llamado “el paso del mito al logos” y, con ello, el nacimiento de la filosofía. Esa forma racional de buscar solución a los problemas físicos y metafísicos del ser humano.

Pero el ser humano siempre ha tenido una gran inventiva. Pero frente a aquella maravillosa forma de crear relatos fantásticos, que no tenían más interés que representar, explicar o adornar el mundo, surgió con el tiempo, fundamentalmente a partir de la caída del Antiguo Régimen con la Revolución Francesa, las denominadas teorías de la conspiración. Si aquel viejo orden, que había mantenido los privilegios, la religión más manipuladora, el poder de los elegidos (la nobleza, la iglesia y la monarquía), había sido derrotado, no podía ser por su propia corrupción y la existencia de determinados grupos sociales que habían puesto en valor nuevas ideas (“Liberté, Égalité, Fraternité”), sino por la existencia de una oscura conspiración que uniera a los sectores más abyectos de la sociedad contra el buen orden del Antiguo Régimen. La existencia de sociedades secretas, ligadas a la denominada masonería, en el entorno de los ilustrados y los primeros liberales, ayudó a propagar aquellas primeras teorías de la conspiración.

Dichas teorías fueron creciendo con el tiempo de manera exponencial. Es curioso observar cómo cuanto más se ampliaba el conocimiento humano, cuanto más avanzaba la tecnología, cuanto más acceso había a la información por el común de los mortales, más crecieron estos relatos conspiranoicos que ofrecían un relato alternativo a la realidad. Hay que reconocer que en algunos casos, como en la Grecia Antigua, era más poético creer en una energía que se traga los aviones alrededor de las Bermudas, que en la simple casualidad, sin ningún rigor estadístico.

Quizá uno de los momentos fundacionales de dichas teorías conspirativas sea la aparición de los “Protocolos de los sabios de Sión”. En 1903 fue publicado, en Rusia, con dicho nombre un extenso texto en el que se transcribían unas reuniones de los denominados “sabios de Sión” en las que planificaban por parte de los judíos el control de las logias masónicas y los partidos comunistas de todo el mundo para controlarlo. Nacía así la conspiración judeo-masónica y comunista, que tuvo un enorme éxito entre los grupos de extrema derecha en el periodo de entreguerras (1918-1939) y que se convirtió en el mantra del dictador Franco durante todo su gobierno. Tan es así que en su último discurso, el 1 de octubre de 1975, a escasas siete semanas de su muerte, aún fue invocado como la causa de la, según él, campaña de persecución a que se estaba viendo sometida España como consecuencia de las últimas sentencias de muerte ejecutadas el 27 de septiembre de 1975. Incluso el Papa Pablo VI estaba controlado por dicha conspiración (contubernio la llamaba él), pues había intentado, incluso durante la última madrugada antes de las ejecuciones, evitar el cumplimiento de las sentencias apelando a la caridad cristiana y a que solo Dios podía decidir sobre la vida y la muerte. El general, naturalmente, no se levantó de la cama, pues bien sabía él que todo se debía de dicha conspiración.

En realidad, pronto se descubrió que los Protocolos, lo hizo el periódico The Times en 1921, era una burda copia de la obra “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu” de Maurice Joly en la cual se inventaba un complot de Napoleón III para dominar el mundo. La copia era tan patética, que los párrafos se copiaban traduciéndolos tal cual al ruso como si del Google Traslate se tratara. Con anterioridad al descubrimiento de la farsa, habían sido utilizados por los contrarrevolucionarios rusos como propaganda para establecer la teoría de que la Revolución Rusa era obra de un complot internacional y que nada tenía que ver con las situación socioeconómica de la Rusia zarista.

Aunque ya durante la Revolución Rusa fue utilizado el texto como excusa para provocar masacres entre la población judía (60.000 fueron exterminados en Bielorrusia en 1917 a tenor del supuesto complot descrito en Los Protocolos), fue la asunción de dichas teorías por Hitler y los suyos, a partir del mismo momento de la fundación del Partido Nacional-Socialista Alemán (en 1920), cuando dichos Protocolos fueron utilizados como base del exterminio judío. El texto fue impuesto durante el III Reich como lectura obligatoria en las escuelas y Goebbels financió desde el ministerio de Propaganda tiradas masivas para ser repartidas en el frente y en los hogares alemanes. Pero no solo Hitler y los suyos creían en la veracidad de los Protocolos, todo el movimiento antisemita mundial creía en la existencia de dicho complot judeo-masónico comunista, incluidos personajes tan influyentes como Henry Ford que pagó, de su extenso peculio, varias ediciones y que llegó incluso a escribir un extensísimo alegato a favor de la conspiración (“El judío internacional”).

Aunque The Times ya había demostrado el plagio de la obra y su ridícula factura, la historia de la veracidad de los “Protocolos de los sabios de Sión” ha continuado circulando y, en la actualidad, sigue alimentando el antisemitismo de la ultraderecha americana (curiosamente la ultraderecha española no es antisemita, pues los “moros” son peores a sus ojos) y centroeuropea, y los grupos islamistas. Como decía en un famoso y gracioso postcast de Juan Carlos Ortega, que me envió hace tiempo una amiga, “el mal ya está hecho”.

Efectivamente, ese es el poder de las teorías conspirativas. Una vez que se lanzan ya nada las para. Ni “logos” ni leches, volvemos al mito. Es más divertido y, además, en los tiempos actuales alimenta las ideologías más alejadas del sistema. Queda muy alternativo creer en ellas y alegar el error, cuando no la estupidez de ellas, de nada sirve, pues, como el mito griego, explica lo inexplicable, sirve para dar sentido a ideas “a la contra” de buena parte de la sociedad occidental actual. Es por ello, que los movimientos ultraderechistas actuales se apuntan a la creencia en dichas teorías, ya que consideran que “ellos” están siendo perseguidos por lo que consideran el establishment, al cual consideran controlado por fuerzas izquierdistas, anticristianas, antiliberales y deseosas de controlar el mundo. Debe existir algún hilo conductor que une las más absurdas, esquizofrénicas, pintorescas e irracionales teorías explicativas de la realidad (la denominada teoría conspirativa, enunciada por primera vez por Karl Popper en su magna obra “Las sociedades abiertas y sus enemigos”) y la nueva derecha, nacida en Estados Unidos (la denominada “Alt-Right”, Derecha Alternativa). Ésta se encuentra en continua expansión en el resto de Europa, de momento especialmente en Europa oriental, pero con claros signos de propagarse al resto del continente. La pandemia provocada por el coronavirus no ha hecho sino dar alas a dicha difusión.

En España, recordemos, ya tuvimos un ejemplo bien claro de cómo podía formarse, extenderse y quedarse para siempre enquistada una teoría de la conspiración. Fue en 2004 a consecuencia de los atentados islamistas el 11 de marzo en la estación de Atocha. La histeria etarra, la proximidad de las elecciones (tres días más tarde), la movilización de la población contra la versión del gobierno del PP y la consecuente inesperada derrota como consecuencia de una cosa y otra, provocó que desde el gobierno y todos lo medios afines se alentara la versión de que tras los atentados no estaba el yihadismo internacional, sino la banda terrorista ETA, no solo porque había sido la primera versión del gobierno, sino porque ésta daba más réditos electorales ante la inminente cita con las urnas al gobierno del PP. El Partido Popular, primero en el gobierno y luego en la oposición, nunca cejaron de amplificar la teoría y, como nos ha revelado el entonces gerente del partido, Luis Bárcenas, financió a diversos medios, en especial al incendiario Jiménez Losantos, para que continuara la propagación de la teoría conspirativa sobre el 11M. Casi diecisiete años más tarde, en los círculos de la derecha española, sean militantes de base, votantes más o menos fieles o directivos de medio o alto rango, la teoría conspirativa de la autoría de ETA sigue siendo parte de su argumentario.

No han llegado aún a Europa, ni a España, teorías tan conspirativas como la impulsada por el grupo QAnon en Estados Unidos, alguno de cuyos miembros ya se sienta en el Congreso, dentro de las filas republicanas, pero todo llegará. De poco nos servirá que se trate de paranoias como la creación de una red pedófila mundial por parte de Obama, Hilary Clinton y George Soros, junto a actores progresistas de Hollywood, cuyo fin último es el control del mundo. Ahora ya no están en connivencia únicamente con los judíos, sino con los nuevos “enemigos del mundo civilizado”, los chinos. No hace falta que insista en la expansión que durante la actual crisis del coronavirus se ha producido de la teoría que aúna vacuna, 5G, chinos, Soros y Bill Gates. Que dicha teoría se está expandiendo entre, y desde, grupos de ultraderecha, en España, en Europa y en el mundo, es una evidencia de cómo la “conspiradoia” tiene una raíz irracional que siempre ha estado ligada al fascismo.

POST ESCRIPTUM: No es de mi agrado, aunque lo pueda parecer, descubrir al poco tiempo de escribir algo, que la realidad me de la razón. Después de escribir el post anterior, se convierte en noticia una manifestación en homenaje a la División Azul, la cual acabó con proclamas como «el judío es culpable. El enemigo siempre va a ser el mismo». Durante décadas, como expuse en el post, la ultraderecha española más radical olvidó su antijudaísmo y se puso de parte de Israel en el conflicto palestino. Así se puede seguir, aún, en páginas diversas, blogs y diarios digitales. Pero parece que la cabra tira al monte. Desde el 11-S el enemigo era el Islam, desde la aparición de la nueva ultraderecha (Alt Right) en Estados Unidos, vuelve la confabulación judeomasónica comunista. Habrá que estar atentos, pues la capacidad de propagación que tienen estos grupúsculos es superior a la de cualquier virus.

Y que conste, podéis seguir el historial de este blog, que en dicho conflicto (el del Oriente Próximo), mi postura siempre ha sido de la de estar junto al pueblo palestino, más allá de religiones y conflictos políticos.

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LA HISTORIA RIMA: La nueva ultraderecha

En estos días posteriores al Asalto al Capitolio, se ha hecho famosa la frase de Mark Twain, cierta o no, de que “la historia no se repite, pero rima”. La razón de la utilización viral de la frase ha surgido por el susto que el establishment occidental se ha llevado, nuevamente, ante la aparición en escena de un movimiento ultraderechista, neofascista se ha catalogado, pero cuya parafernalia, forma de actuar, lenguaje y personal que lo integra nos ha dejado a muchos descolocados. Nada mejor que hacer algo que a la mayoría de los componentes de estos grupos les produce pavor, informarse en fuentes intelectualmente reconocidas y pensar con los recursos de la ciencia (la sociología y la historia, en este caso)
Aquella noche del día de Reyes no sé si pasará a la Historia, pero forma parte de un devenir que está ocurriendo en el mundo occidental, cuya deriva aún, quizá, no seamos capaces de prever. Que el presidente del país donde nació la democracia representativa tal y como la conocemos se dedicara a alentar a las masas a entrar en el Capitolio para impedir la votación de la validación de la investidura de su sucesor nos puede parecer más bien el guion de una de tantas series distópicas que pululan por las plataformas televisivas. Pero era cierto y era, cuando menos, posible y previsible. Aquí, desde nuestra vieja Europa, a veces nos parece todo lo que ocurre en el Gran Imperio del Tío Sam como algo chusco, inconcebible y parodiable en cientos de memes y chistes de monólogo. Por ello era preciso ponerse al día en lo sucedido durante el mandato de Trump en el mundo de los seguidores del presidente y, por extensión, en el partido Republicano y, sobre todo, en la denominada Nueva Derecha Americana, a la cual me referiré a partir de ahora con el apelativo que allí se la conoce: Alt Right (Derecha Alternativa). Y debo la principal de mis fuentes a mi buen amigo Joan que me pasó el artículo que aquí os enlazo en el que glosa el nacimiento y evolución de dicho movimiento, “Alt Right: radiografía de la extrema derecha del futuro”.
Mi primera opción al comentar, desde una perspectiva histórica, el Asalto al Capitolio fue compararla con algunos de los sucesos de los años 20 y 30 con el surgimiento del fascismo. En aquella época, también algunos sucesos parecieron chuscos y hubieran dado lugar a memes de haber existido (no es casualidad que utilice este término por segunda vez, comprobaréis la razón de ello durante el post). Me vienen a la memoria, por su parecido, la marcha del poeta D’Annunzio  al Fiume para ocupar el territorio con un grupo de 287 voluntarios (acabaron siendo más de 2.000) y anexionarlo a Italia, la denominada Marcha sobre Roma, organizada por los fascistas italianos para forzar al rey Victor Manuel III a nombrar a Mussolini presidente, o el incendio del Reichstag alemán por parte de Hitler, culpando a los comunistas de ello. De la misma manera, cuando se hacían chistes y memes con la gestualidad payasesca de Trump, me acordaba de la de Hitler y Mussolini glosadas por Chaplin en El Gran Dictador o Groucho Marx en Sopa de Ganso. ¿La Historia se repetía, por tanto?
Leer el artículo de Marcos Reguera me abrió lo ojos. Efectivamente, la Historia no se repite. No estamos ante la misma ultraderecha de los años Treinta, de la España de Posguerra y de la España de la Transición. Cuando les catalogamos de fascistas o neofascistas estamos siendo poco precisos histórica y políticamente. Solo hace falta ver las imágenes del Asalto al Capitolio. No se trata de neonazis skinheads con botas militares y chaquetas bomber, ni siquiera la versión hispana de señorito engominado, con o sin fachaleco. Más bien parecían sacados de un desfile del Orgullo Gay, un concierto de los Village People o una manifestación de los sin techo  (algunos tenían una pinta verdaderamente lamentable en su vestimenta).
No voy.a entrar en el comentario de lo que significa el movimiento (o movimientos, pues hay diversas versiones) Alt Rigth, pues el artículo de Marcos Reguera es suficientemente ilustrativo y poco puedo aportar yo aquí. Únicamente, desde mi perspectiva de historiador, apoyar, con la cita, verídica o no, de Mark Twain, de que la historia no se repite, pero rima. Es decir, nunca es exactamente igual, por ello quienes quieren ver en el auge de la ultraderecha actual en Occidente una repetición de lo ocurrido en los años 30, se encuentran con contradicciones que no les cuadran. Pero no por ello es menos peligroso este movimiento, al contrario, lo es más, pues ha conseguido el objetivo de torpedear las bases del mundo occidental: democracia, estado de derecho, libertades y derechos para las minorías, la razón como eje de la política.
Mientras leía el artículo de Marcos Reguera, me venían a la cabeza imágenes de cómo esa Alt Right está también instalándose en España. Seguimos utilizando un lenguaje para combatir a nuestra ultraderecha que ya está caduco. Esa Alt Right está ganando más adeptos de lo que el lenguaje, los actos y los líderes de VOX nos sugieren. Como dice el articulista, ese es su peligro. Porque la base de ese movimiento denominado Alt Right está en hacernos pensar que ellos son unos marginados de nuestro sistema occidental, que hemos creado un establishment basado en la igualdad de derechos de todos los seres humanos, en la igualdad de todas las etnias, en la igualdad de género o en la necesidad de socorrer al más débil De ahí surgen las bases de la ideología Alt Right y su capacidad de convocatoria más allá de lo que era el caladero de la vieja ultraderecha.
Pensad en términos españoles actuales y comprenderéis a qué me refiero. Aquí le hemos puesto hasta nombre: el cuñadismo. Quién no ha escuchado despotricar de los inmigrantes, hablar de las feminazis, comentar la cantidad de gente que vive de ayudas sin trabajar. En Estados Unidos, además, ese movimiento Alt Right ataca a los demócratas catalogándolos de “comunistas”, como se vio en el Asalto al Capitolio. ¿A qué os suena? ¿No es el gobierno de Sánchez un gobierno lleno de comunistas? Otro de los demonios del movimiento Alt Right son los actores de Hollywood, catalogados todos ellos de filocomunistas. ¿Nos os suena? El cine español, ese cine lleno de comunistas subvencionados. Allí odian a actores como Tom Hanks o presentadoras como Oprah Winfrey, aquí a Javier Barden o El Gran Wyoming, por poner solo unos ejemplos.
La Historia no se repite, España no es Estados Unidos, pero riman. Otra de las características del movimiento Alt Right americano es la apropiación de símbolos nacionales (especialmente la bandera como se vio el día del Asalto al Capitolio) o del propio nombre con el que designan de forma más emocional a su país: América. No creo que deba ayudaros a hacer ninguna comparación con nuestro país. Pero una de las cuestiones que la lectura de artículos y declaraciones tras el Asalto al Capitolio más me impactaron y que me hicieron pensar es que los asaltantes iban al Capitolio “en defensa de la Constitución”, que creían mancillada por los demócratas que les habían robado la victoria y que eran, por tanto, unos usurpadores de la venerada Constitución. Días antes y días después he visto utilizar un lenguaje semejante a nuestra ultraderecha y nuestra derecha en similar sentido respecto al gobierno de Sánchez. Su lógica es aplastante y fácilmente asumible por su simpleza por quienes ya están predispuestos a ello: si el gobierno de Pedro Sánchez se vale de los votos de comunistas (¿Podemos et alii?), y de independentistas (catalanes y vascos), ello mancilla la Constitución y se convierte en “ilegítimo”.
También tiene el movimiento Alt Right americano un fuerte componente religioso, cristiano ultraconservador, principalmente de los sectores evangélicos. Poco hay que comentar sobre la similitud del apoyo de los sectores más ultraconservadores del catolicismo español a la nueva ultraderecha española. Entre ver a David Wood, exjugador de baloncesto de la ACB y la NBA, esperando la venida de Dios a salvar a América y al presidente Trump, y el comentario del exjugador del Murcia de la ACB José Ángel Antelo sobre la sorpresa que se llevaría Anguita, tras su muerte, al ver a Dios, poca diferencia existe. Allí arengan algunos pastores evangélicos desde el púlpito, aquí lo hacen algunos obispos en las pastorales.
Se nutre el movimiento Alt Right en Estados Unidos de personajes un tanto friki en sus declaraciones y, sobre todo, inspirados en una supuesta conspiración del establishment occidental contra el mundo. Gracias a Marcos Reguera he conocido a Milo Yiannopoulos, uno de los activistas del movimiento Alt Right, cuya biografía no tiene desperdicio: emigrante griego, hijo de madre judía y gay. Aquí tenemos a nuestro Fabio McNamara, artista icónico de los ochenta, gay, drogadicto y adorador de la Virgen María. La utilización de la teoría de la conspiración por dicho movimiento nos ayudan a entender a algunos de nuestros personajes que se acercan, a pasos agigantados, hacia el citado movimiento: Calamaro, Bosé, Bunbury…
Dentro de la parafernalia alternativa de los Alt Right, ocupa un lugar predominante la utilización de las redes para su expansión, especialmente a través de foros y páginas propias. Su lenguaje ha sido analizado extensamente por Xavier Peytibi y Sergio Pérez-Diáñez en una reciente obra (“Cómo comunica la alt-right: de la rana Pepe al virus chino”) en la que leo cómo a través de ellos han logrado ampliar su espectro como por ejemplo los antivacunas. La utilización de memes, como os indicaba al principio, se ha convertido en un arma básica. Aquí, desde el movimiento ultra, el meme es un arma que inunda diariamente el twitter, el whatsapp y cualquier red social. Miguel Maldonado, de No Te Metas En Política, nos ha regalado durante la última temporada, al principio de cada programa, con un buen repertorio del meme facha.
Indican Xavier Peytibi y Sergio Pérez-Diáñez que los Alt Right consideran la tradicional derecha como cuckservatives (un juego de palabras que alude al marido que mira pasivamente cómo su esposa practica sexo con un negro, cuckol). ¿Recordáis cómo llamaba Jiménez Losantos a Rajoy? Maricomplejines, antes de que VOX acuñara el término “derecha acomplejada” para referirse al PP.
En conclusión, el peligro de esta nueva ultraderecha, que se autodenomina “alternativa”, utilizando un victimismo que tan bien le viene para su propagación, está en que se expande sin darnos cuenta. Un comentario en redes por aquí, un periodista que invita a su tertulia a un friki supuestamente inocente y gracioso, a veces en aras a la pluralidad informativa (el señor Cerezo he conocido que es famoso por sus estupideces), un comentario repetido hasta la saciedad (“todos los políticos son iguales”) y se va filtrando en nuestra sociedad la idea de que ellos, la Alt Right también tienen derecho a existir. Un día te pones la mascarilla con la banderita, otro una cinta en el retrovisor con la susodicha, al siguiente dejas de comprar productos catalanes, al otro te compras el fachaleco, al siguiente te pones a ver el Hormiguero y, sin darte ni cuenta, estás en sus redes. En palabras de Marcos Reguera, “este movimiento no es una revolución, sino el rostro de un monstruo para el que el término fascista se queda pequeño y desactualizado”.
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26 MILLONES DE ESPAÑOLES, Y YO ENTRE ELLOS: Un comentario de historia militar

Se han rasgado las vestiduras la progresía española, los blogs izquierdosos, los tuiteros con ínfulas de predicadores libertarios o los tertulianos al servicio de la futura III República con la noticia de las amenazas aparecidas en un grupo de whatsapp de jubilados militares españoles en el que pretendían solucionar los problemas de España, resumidos en uno solo, la existencia de un gobierno de coalición social-podemita, fusilando a 26 millones de españoles. No sé de qué se extrañan estos grupos, personas o medios. ¿Es algo nuevo? ¿Estamos descubriendo ahora, cuarenta años después de inaugurada la democracia, que existe en España un grupo, más o menos numeroso, de personas que tienen de demócratas lo mismo que yo de bombero torero?

Se escucha ahora que el ascenso de VOX, su cada vez menos oculta ideología ultra, no es sino la salida a la superficie de unas formas de pensar y proceder que ya estaban en buena parte de la sociedad española, en buena parte de la derecha española, social y, sobre todo, mediática, que ahora ha perdido la vergüenza de manifestarse públicamente. Otro tanto ocurre con el trasfondo de la noticia sobre el grupo de whatsapp de militares retirados. Suelo hacerme preguntas sencillas ante problemas que parecen complejos, para aclarar el análisis. Aquí va: ¿estos militares retirados han pasado a pensar de esta brutal manera a consecuencia de su retiro? ¿Antes de pasar a la jubilación eran militares demócratas y defensores de la Constitución con respeto a las diferencias ideológicas y su obligación de servir al gobierno, sea este quien sea? ¿O eran ya entonces, cuando portaban armas, cuando dirigían divisiones de soldados, cuando gestionaban aviones de combate, piezas de artillería y otros artefactos mortíferos, tan partidarios de soluciones violentas ante problemas políticos? Creo que, evidentemente, la respuesta es que no les han entrado las ansias homicidas con la edad, no han perdido su pensamiento demócrata con la jubilación y que durante el ejercicio activo ya pensaban de igual manera. Y, con ello, tenemos un problema.

Pero el problema no es de hoy. Y de ello quiero escribir, pues poco me importa si es legal, ilegal, alegal, broma, chanza o delito la cuestión en sí. Quedará como otra noticia más que se perderá en unas semanas. Pero forma parte de un síntoma que quizá algún día nos arrepintamos de no haber tratado como se debía.

¿Ha sido nuestro ejército siempre tan partidario de soluciones violentas? Pues casi. No olvidemos que el ejército tiene en sí mismo, se quiera o no, por definición teórica, aunque la mayoría acabemos razonando sobre la necesidad de su existencia, así ha sido desde la creación de las sociedades humanas complejas (desde el Neolítico, quizá), un componente violento. Se basa en el uso de la violencia contra el enemigo: exterior o interior. En el caso de España, sin irnos muy lejos, y centrándonos en la época contemporánea, la que surge con la creación del estado liberal, así ha sido. No debe extrañar, por ello, que la primera etapa de dicho periodo, la situada en el reinado de Isabel II (18338-1868) se denomine en mucha bibliografía como “la época de los espadones”, por la cantidad de militares que ocuparon el poder político (Narváez, O’Donnell, Espartero, etc), que llegaban a él de forma violenta, o más o menos legal.

El origen de la influencia de los militares en la política española del XIX, casi toda la historiografía lo sitúa en la necesidad que el poder político tuvo de echar mano de ellos en los diversos conflictos de la primera mitad del siglo: Guerra de Independencia contra los franceses, Guerras de Emancipación de las colonias americanas, Guerras Carlistas. Pero en esta primera etapa, estos militares eran partidarios de un cambio de régimen desde el absolutismo que pretendía restablecer el rey Fernando VII (dicen que el peor de toda la Historia de España, hasta que no se demuestre lo contrario, que por el camino vamos, por otra parte). La figura de Rafael del Riego es señera en esta época: acabó rebelándose contra el rey que pretendía enviarle a América a sofocar los levantamientos liberales independentistas. Como liberal que era, no podía marchar a luchar contra otros liberales al mando de un gobierno absolutista. Su levantamiento en Cabezas de San Juan inició un proceso que acabó por obligar a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, a su pesar. Se iniciaba, así, el primer gobierno liberal en España que apenas duró tres años. Es conocido que el rey acabó pidiendo ayuda a su familia borbónica francesa, que con un ejército (Los Cien Mil Hijos de San Luis) volvió a otorgarle todo su poder absoluto. Riego intentó resistir en Cádiz, pero, traicionado, fue arrestado y ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823, entre los insultos del público. Curioso, ¿no?, que quien se convirtió, con su himno, en paradigma de la libertad para el resto de los tiempos en España, acabara siendo pagado de aquella manera por el pueblo.

Aunque durante el reinado de Isabel II, época de los espadones, los militares no hicieron más que aumentar su poder, siempre había intrínseca una ideología liberal en todos ellos. Liberal tal y como se entendía en el siglo XIX en Occidente, que en poco de lo que ahora llamamos democracia se parecía. Los había conservadores, los había progresistas, los había unionistas e, incluso, republicanos (como el general Villacampa). No en vano, en la expulsión de la reina Isabel II jugaron un papel importante los militares, especialmente el general Serrano.

Aunque la tendencia ya se comenzó a ver con la denominada Restauración borbónica de 1874, iniciada con el levantamiento del general Martínez Campos, que trajo a España al hijo de Isabel II, Alfonso XII, hubo que esperar al siglo XX para advertir como aquellos militares liberales (de todas las tendencias) se transmutaron en militares no ya conservadores, sino retrógrados. Es decir, amigos de la vuelta al pasado y, sobre todo, partidarios del control del poder político, por las buenas o por las malas. Siempre, desde el siglo XIX, habían ocupado importantes parcelas de poder y habían cambiado éste a su antojo, con pronunciamientos o asonadas más o menos violentas. Pero una nueva marca se inscribía en su forma de actuar públicamente desde los inicios del siglo XX: una cosa era el Estado, al que podían respetar o no, y otra España, la Patria, como comenzaron a denominarla. Esa, la Patria, España, era suya. Ellos eran los garantes de su existencia, y solo existía en la forma que ellos la entendían: conservadora, católica, monárquica, imperial, unitaria, patriarcal. Cualquier otra forma de entenderla era ultrajarla, mancillarla,  injuriarla, ofenderla, despreciarla. Esa Patria tenía unos símbolos, que ellos defendían de los enemigos, particularmente interiores, pues desde 1898 España no volvió a tener un conflicto bélico con otro país. La Guerra del Rif era una guerra colonial que no representaba un peligro para la integridad de España. Esos símbolos eran su propio nombre, España, su bandera, su himno, pero también otros entes inmateriales: la corona, la religión, la unidad.

La mayoría de historiadores estamos de acuerdo en que este cambio se produjo a consecuencia de una derrota: la del 98. Los militares comenzaron a pensar que el gobierno les había abandonado, que no había hecho lo suficiente por la victoria y que no se sentían responsables de la humillante derrota ante los Estados Unidos. Pero la ocasión en que quedó patente el cambio de actitud de los militares se produjo en 1906: el asunto de la revista catalana ¡Cu-Cut! Qué curioso, Cataluña en el origen del asunto. Ni curioso, ni casual: paradigmático. Los militares consideraban que Cataluña, en realidad se referían al nacionalismo catalán (entonces muy conservador, por cierto), era un problema y solo existía una forma de solucionarlo: “dejadlo en nuestras manos”. El affaire “¡Cu-Cut!” es bastante conocido, pero para los legos lo resumo rápido. Dicha revista satírica catalana ya llevaba tiempo incordiando al poder, cosa que siempre debe hacer una revista satírica que se precie, por otra parte. Entre los protagonistas de sus chanzas estaban, de cuando en cuando, los militares. El 25 de noviembre de 1905, la redacción de la revista fue asalta por un grupo de oficiales militares (ni una docena, ni dos, trescientos), al considerar improcedente una viñeta que se había publicado en el último número. La que tenéis como ilustración de este post y que os transcribo: “AL FRONTON CONDAL. –¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente? -El Banquet de la Victòria. –¿De la Victoria? Ah, vaya, serán paisanos. ¿Derrotados los militares? Nada de eso, la culpa era de los gobiernos. Por ello, si no les defendía el gobierno, ellos mismos lo harían. Los autores del asalto no fueron juzgados, no fueron depurados. Al contrario, con la participación más o menos directa del rey Alfonso XIII (el abuelo de nuestro Emérito) según diversos historiadores, el gobierno de Montero Ríos cayó, ante su intento de sancionarles.

La principal consecuencia de los hechos del “¡Cu-Cut!” fue la aprobación de la denominada Ley de Responsabilidades. Pero antes de comentarla, volvamos al papel del rey. Su padre había vuelto del exilio con ayuda de los militares y, él mismo, se encontraba muy cómodo en los ambientes castrenses que cada vez se hacían más retrógrados. Véanse sino estas palabras publicadas en 1902 (año de su proclamación como Alfonso XIII) en la revista La Correspondencia Militar: «restablecer el crédito, la prosperidad, la grandeza y los prestigios que en luenga época de desastres, por falta de ideales verdaderamente patrióticos, perdió la nación que un día fue la más grande de todas las naciones». Ahí tenemos ya a los militares con toda la parafernalia retórica que, desde entonces, se hizo mainstream: Patria, Unidad y Grandeza. Por cierto, un local del PNV fue asaltado ese mismo año por un grupo de militares.

La Ley de Jurisdicciones establecía la competencia militar de determinados delitos, que serían juzgados por un tribunal militar. Entre los delitos atribuidos a la competencia militar estaban las ofensas a la unidad de España, la bandera, el honor del ejército (y la Corona, ya que era su mando supremo) y cualquier otro símbolo patrio. La defensa del honor de Patria pasaba de los tribunales ordinarios a los militares, nadie mejor que ellos lo podía hacer. Se había materializado la simbiosis entre ejército y Patria, ergo España. Y, en consecuencia, la diferenciación entre militares y sociedad española. No en vano, cuando el general Miguel Primo de Rivera escribió su proclama para inaugurar su dictadura en septiembre de 1923, aceptada directamente por Alfonso XIII que fue quien le otorgó el poder, ésta se iniciaba así: “Al país y al ejército españoles…”, como si fueran dos cosas diferentes. Y lo eran, a su entender.

Dos datos completan el asunto de la Ley de Jurisdicciones. La más furibunda y conocida proclama contra la ley fue obra de Miguel de Unamuno, el mismo que años después se opuso a aquel “Viva la Muerte, muera la inteligencia” de Millán Astray. Y, segundo, la ley fue derogada el 17 de abril de 1931, en uno de los primeros decretos del nuevo gobierno provisional de la II República. Cómo acabó haciéndole pagar el estamento militar semejante atrevimiento ya es bien conocido. Como es bien conocido que el general Franco sublimó todos los caracteres que hemos visto respecto al asunto: Patria, Unidad, Religión (católica, por supuesto), Monarquía eran patrimonio militar.

¿Os extraña ahora que este grupo de jubilados militares, y sus colegas en activo, seamos sinceros, sigan aquella senda? A mí no, aunque ello me sitúe en la lista de los 26 millones a fusilar.

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SALVAR AL SOLDADO… Martín Villa

Esa es la misión. Cual película de Spielberg, la misión de las tropas de la Inmaculada Transición (término acuñado por José Vidal-Beneyto) es salvar ahora a uno de sus soldados perdidos en los entresijos de la justicia internacional. En este caso argentina. Nada más y nada menos que uno de sus soldados más valerosos, curtido en mil batallas: Jefe Nacional del Sindicato Español Universitario, que tanto hizo por la pluralidad en las aulas universitarias, Secretario General de la Organización Sindical franquista, que tanto se preocupó por la libertad sindical, gobernador civil de Barcelona, con mando, por tanto, sobre la policía que tan buenos actos realizó, especialmente a través de su Brigada Político-Social en Vía Laietana, Ministro de Relaciones Sindicales en el primer gobierno de la monarquía, tratando tan amistosamente a los obreros que cinco de ellos murieron tras una manifestación un 3 de marzo de 1976, y, en fin, primer ministro del Interior en el gabinete de Suárez (1976-79), durante cuyo mandato con tanto celo se investigaron por “su” policía actos de la ultraderecha como los asesinatos del despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha que cerraron el caso en cuanto detuvieron a unos cuantos “responsables” y permitieron que uno (Lerdo de Tejada) se escapara para siempre antes de celebrarse el juicio. Tales son sus méritos que durante aquella Inmaculada Transición se ganó el apelativo de “la porra de la Transición”.

Esta es parte de la hoja de servicios del soldado Martín Villa, aunque el término inglés (private) utilizado en el título original de la película, se le queda bastante corto. Al menos deberíamos subirle en el escalafón hasta el de capitán, al menos, aunque si por quienes han salido a su rescate fuera, seguro que se le ascendería a general de división y alguna laureada de San Fernando le podía caer.

Es absolutamente sorprendente, extraordinario dice un amigo mío, lo que en España sucede a veces. Se nos escapan Jefes de Estado corruptos y no pasa de ser una “serpiente de verano”, que dicen los periodistas. Se juzga a un exministro por un supuesto delito de homicidio agravado y crímenes de lesa humanidad y toda la clase política y ¡¡¡sindical!!! sale en su defensa. Y no es baladí la cosa: los cuatro expresidentes del gobierno que quedan vivos y los exsecretarios de los sindicatos “de clase” UGT y CC.OO. Especialmente estos últimos, ¿ya no recuerdan las andanzas del exministro en sus años de jefe supremo de la Policía Nacional? ¿Cuál es el interés que subyace en que personajes, en principio (que no lo es al final) tan dispares? La tesis que aquí presentamos es bien sencilla: mantener, consolidar y asegurar para el futuro la construcción de un relato oficial sobre la Transición.

No es cuestión que me interese la pertinencia, legalidad, oportunidad o procedencia de las acusaciones o el juicio al exministro Martín Villa. Es el relato, como decía, que se está escribiendo desde hace décadas de la Inmaculada Transición. La Transición fue modélica, fue fruto del consenso entre españoles y, lo más importante, se produjo gracias a que unos protagonistas destacados (especialmente políticos) así lo quisieron.

Dentro de ese relato de la Transición que ha hecho la cultura y los mass media mainstream, tiene una posición destacada la “evolución” que los políticos franquistas hicieron desde posiciones cercanas al fascismo (no es necesario recordar la tan presente estos últimos días fotografía del ínclito Martín Villa brazo en alto hitleriano) hasta la más pura y prístina democracia, liberal por supuesto. Se ha juzgado este proceso como un bien en sí mismo, un bien que les exime de cualquier responsabilidad anterior. Este proceso limpia, fija y da esplendor (como la RAE a las palabras) a un currículum de “demócrata de toda la vida”. Si este relato queda fijado para siempre, dentro de una generación nadie se preguntará cuáles fueron las motivaciones personales, políticas, económicas o de cualquier otro tipo para promover esta transmutación.

Pero no solo se produjo un bombardeo de “no miremos hacia atrás”, “no repitamos errores del pasado”, también se preocuparon de dejarlo jurídicamente todo atado y bien atado, como su otrora jefe dijo en su momento. En aquella, tan cacareada por la izquierda opositora, bienhechora Ley de Amnistía de 1977, además de eximir de responsabilidad delictiva todos los “actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas” en la legislación franquista, el bueno de Suárez, y sus huestes de demócratas de toda la vida, colaron un párrafo que ahora exime a todo el aparato represor franquista de delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones: “en todo caso están comprendidos en la amnistía (…) los delitos cometidos por funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los derechos y de las personas”. Es lo que en Argentina se llamó “Ley de Punto Final”, la cual fue derogada en 1998 y declarada nula en 2005, pudiendo sentar en el banquillo a gran parte de la cúpula de la dictadura militar. Aquí fueron más sibilinos y, aprovechando que la Ley de Amnistía española de 1977 permitió el regreso de los exiliados y la salida a la luz de los topos durante tantos años escondidos, nadie se fijó en la impunidad que otorgaba a los crímenes del franquismo. Ahora, los jueces españoles lo tienen muy claro cuando se les presenta alguna denuncia sobre ellos: “haber pedido muerte”.

Ese relato de la Transición que ha llegado hasta nosotros y que se sigue alimentando desde la mayoría de medios culturales mainstream se basa en lo que el profesor Becerra Mayor, cuyo artículo sobre la guerra civil en la novela española actual recomiendo, denomina “amnesia, amnistía y equidistancia”. Él analiza cómo cada uno de estos términos ha sido propagado por dicha cultura, y más concretamente por la novela histórica. Poco que añadir, leedlo.

Hay que hurgar en trabajos de carácter más científico, que solo llegan a círculos académicos (el que os he citado del profesor Becerra Mayor ha sido publicado en la Revista Chilena de Literatura), para tener una visión contrastada y completa de cómo sucedió nuestra Inmaculada Transición. Entre lo último leído, un esclarecedor artículo del profesor de la Complutense Carlos Sanz sobre la influencia de la República Federal Alemana en los procesos de transición de la península Ibérica (Portugal y España). Una de las conclusiones es el interés de la RFA de que en España no se reprodujera un proceso de tintes tan radicales como el que tuvo lugar en Portugal, que casi lleva al Partido Comunista al poder. El gobierno de la RFA se preocupó de presionar a todos los protagonistas (posfranquistas y oposición moderada, según la denominaban ellos) para que el Partido Comunista de España, el mejor organizado entre la oposición, no tuviera un protagonismo destacado en el proceso de transición que produjera un desequilibrio en el Mediterráneo, ya convulso con la política italiana, portuguesa, el ascenso del Partido Comunista francés de George Marchais (el más fiel a Moscú) y las dudas sobre el futuro de Yugoslavia, con un Tito en sus últimos años de vida. En dicho artículo se describen, y se documentan, los tejemanejes de la embajada alemana en Lisboa y Madrid, las visitas de líderes alemanes a reforzar la necesidad de una Transición tranquila, moderada y con el menor protagonismo de los partidos comunistas, los sindicatos de clase y la oposición menos domesticada. De pasada se menciona, tal vez por harto conocida, la ayuda económica, patrocinio y apoyo moral del SPD al PSOE, sobre todo desde que Felipe González (y su alter ego Alfonso Guerra) tomaran las riendas del partido en Suresnes en 1974. Relata como marginó el SPD la opción del Partido Socialista Popular de Tierno Galván al que consideraba más radicalizado y próximo a las tesis del PCE. Ahora quizá se entienda más la firma de Felipe González en la carta de apoyo a Martín Villa estos días. Ya en 1977 se gestó una sociedad para fijar un relato en el que ellos se convirtieron a sí mismos en los protagonistas inmarcesibles de la Inmaculada Transición.

¿Y los manifestantes que reclamaban “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía” que eran reprimidos a la mínima por las huestes del Ministro del Interior? El día de la matanza de los abogados de Atocha moría Mariluz Nájera, tras el impacto de un bote de humo en la cabeza, lanzado por la policía, cuando se manifestaba en protesta por la muerte de otro estudiante, que lo hacía a favor de la amnistía, a manos de la extrema derecha,. Porque ese es otro mito que ha creado el relato oficial de la Transición: su carácter pacífico. Se han contabilizado, entre 1975 y 1983, un total de 591 muertos (Mariano Sánchez, La Transición Sangrienta), 188 de ellos a manos de la denominada eufemísticamente “violencia institucional”.

¿Y los obreros que sufrieron la crisis de los setenta, creando una de las situaciones económicas más deplorables de los países occidentales? Había que hacer un sacrificio, un esfuerzo, entre todos (equidistante), para sacar la Transición adelante. No había que radicalizarse como en los años treinta y que nos callera encima esa espada de Damocles que pendía sobre la España de los setenta que era “otra guerra civil”. Y se parieron los Pactos de la Moncloa, ahora también convertidos en paradigma del consenso, en parte de ese relato de lo bien que se hicieron las cosas. A cambio de duras medidas económicas como la restricción del crédito y el despido libre, el gobierno accedió a conceder mejoras en derechos políticos como la libertad de prensa, el derecho de reunión, la restricción de la jurisdicción militar y la mejora de los derechos de la mujer, como la supresión del delito de adulterio y amancebamiento. O sea, que fue la cesión por parte de los sindicatos obreros la que “obligó” al gobierno a conceder o aumentar derechos cívicos. ¿No habíamos quedado en que fue una concesión “graciosa” de la clase política por su conversión a la democracia?

El relato se fija con imágenes, con símbolos, con “reliquias” (en la terminología de David Lowenthal en “El pasado es un país extraño”). Cuenta el profesor Becerra Mayor, en el artículo citado, que en una visita a Chicago de Eduardo Galeano buscó el lugar donde murieron los obreros que cada uno de mayo son homenajeados y ningún vestigio (“reliquia”) encontró que rememorara el suceso. No fue hasta 1997, más de un centenar de años después, cuando se colocó una placa en su memoria. Aquí, en España, el monumento que recuerda la matanza de los abogados de Atocha tuvo que esperar a 2003 (26 años) y ¡qué monumento! Se titula “El abrazo” (esculpido por Juan Genovés), lo cual denota, nuevamente, la necesidad de no molestar, de no romper el relato del consenso, de la reconciliación. Esta “reliquia” nos ofrece la imagen que el relato quiere fijar en nosotros. Nada que simbolice la barbarie de aquella matanza, el hecho de que fueran abogados defensores de obreros perseguidos por el régimen franquista y posfranquista.

Y otro más. El monumento que recuerda la muerte de los obreros aquel 3 de marzo de 1976 en Vitoria se inauguró en 2013 (37 años después). A pesar de la sencillez de su diseño, al menos este lleva los nombres de los asesinados a manos de la policía en la iglesia de San Francisco de Asís. Ni los lugares sagrados eran respetados por un régimen que se declaraba católico. En este caso, el relato oficial de la Inmaculada Transición ha fijado como nombre de aquella matanza “los sucesos de Vitoria”, obviando la existencia de muertos y de quienes fueron sus asesinos. Cuando pasen varias generaciones, ¿cómo se explicarán estos “sucesos”? Es probable que al fijar el término “sucesos” en la memoria, será fácil llevarlos también al campo de la equidistancia. Los profesores de Historia, los periodistas, los novelistas podrán decir “en aquellos sucesos, todos tuvieron parte de culpa”.

En el citado relato de Eduardo Galeano, comenta que en 1997, cuando volvió a Chicago, ya se había erigido un monumento en honor a los obreros asesinados a finales del siglo XIX. Pero lo que más le sorprendió fue un grafiti anarquista que había junto a él: “First they took your life. Now they exploit your memory”. Reproduzco aquí las palabras del profesor Becerra Mayor, pues ilustran mucho mejor de lo que yo lo pudiera hacer el sentido de eso que hemos venido en llamar “la creación de relato” por parte de los medios culturales dominantes: “a veces las políticas de la memoria, más que justicia, lo que llevan a cabo es una apropiación, por parte de los vencedores, de la memoria de los vencidos, para neutralizar su potencial político, al tiempo que son institucionalizados, normalizados”.

Eso es lo que ha ocurrido en España con la Inmaculada Transición, primero les quitaron la vida a sus verdaderos protagonistas, ahora explotan su memoria.

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DELENDA EST MONARCHIA: Otra vez, y van…

«Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo. El pueblo no tenía el menor sentido social; las familias se metían en sus casas, como los trogloditas en su cueva. No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los domingos a misa. Por falta de instinto colectivo el pueblo se había arruinado.» (El árbol de la ciencia, Pío Baroja)

Cuando uno cumple ya cierta edad, existen imágenes, nombres, anécdotas o citas literarias que se repiten casi con cada tema que se le viene a uno a la cabeza. Es lo que me pasa a mí con la que precede. Cada año la cito en mis clases de Historia Contemporánea de España para ilustrar la razón de la existencia del caciquismo y del sistema turnista en la Restauración española (1875-1923). Pero, además, cada vez que me pongo a pensar en la realidad sociopolítica española, se me viene de nuevo a la cabeza. Es difícil explicar de forma más concisa (Baroja era un maestro en la concisión) las razones de la permanencia de un sistema tan falso como el de la Restauración durante casi medio siglo. Es difícil encontrar otro modo de expresar los motivos para que en la actualidad mantengamos determinadas cuestiones en el sistema sociopolítico nacido en 1978, lo que, acertadamente, Guillem Martínez bautizó como Inmaculada Transición.

En estos días, el tema es la crisis de la Corona española a raíz de la presunta participación del exrey Juan Carlos I en varios casos de enriquecimiento ilícito y fraude con Hacienda, y la posterior salida del mismo a un lugar aún sin identificar. A raíz de ello, se ha recordado el historial de los Borbones al respecto de su relación con el dinero, el sexo y sus salidas apresuradas del territorio nacional de una u otra manera. Se ha escrito, se escribe y se escribirá en las próximas semanas toda suerte de artículos contra la monarquía, los Borbones, el régimen del 78 y Juan Carlos I. Yo quiero aquí plantear una serie de reflexiones sencillas para pararnos, ante tal vorágine, a pensar tranquilamente en lo que ocurre y, sobre todo, en lo que ha ocurrido en los últimos doscientos años en España.

En primer lugar, una pregunta muy sencilla: ¿qué tienen (tenemos) los españoles para aguantar una dinastía como la borbónica, especialmente desde 1814? La situación actual necesitaría de un análisis sociológico que debe ser realizado por especialistas y yo no lo soy. ¡Ya está bien de tertulianos (ahora llamados también cuñaos) que se atreven a hablar y pontificar sobre cualquier tema! Dilucidar cómo es posible que con la imagen que proyecta la monarquía borbónica en los últimos años (Urdangarín, infanta Cristina nomeconsta, Corinas, cacerías, comisiones árabes, dinero en Suiza, hijo que no sabe nada de los manejos del padre, salida a no se sabe dónde…) aún no se haya producido un serio y masivo movimiento antiborbónico (y antimonárquico por asimilación) es cuestión harto compleja de explicar. Como se dice vulgarmente, “es para hacérselo mirar”. Es posible que algún lector piense que sí existe ese movimiento, pero yo le aconsejo que deje de leer los blogs republicanos de siempre, los diarios digitales de siempre, tomar cafés o cañas con sus amigos republicanos de siempre y mire por el balcón a las terrazas como hago yo. Allí no se está gestando ningún movimiento antimonárquico, aquello más bien recuerda a lo que decía Baroja, solo que ahora las familias no se meten en sus casas, sino que se van a una terraza, pero existe la misma insolidaridad de que se quejaba don Pío en 1911. Sí, efectivamente, esa falta de instinto colectivo nos ha arruinado.

Sociológicamente no soy capaz, por mi falta de preparación para ello, de explicar por qué unos adolescentes gritaban anoche “Viva España y viva el Rey”, mientras se hacían un porro. ¿Qué son unos adolescentes incultos y descerebrados? Dadles tiempo, en unos pocos años votarán. Y, además, esos mensajes no se les han ocurrido discurriendo sus meninges, los han escuchado en Instagram, en Twitter, los actuales canales forjadores de pensamiento.

Sociológicamente no soy capaz de dar una respuesta a lo que ocurre, pero históricamente puedo hacer un intento de cómo hemos llegado hasta aquí. La historia comparativa, las ucronías (qué hubiera pasado si…), sirven para analizar situaciones históricas y para hacer reflexionar al lector sobre el sentido de determinados procesos. Intentaré hacerlo de la forma más comprensible.

Se ha repetido estos días, ha sido incluso fuente de los denominados memes, que es una tradición familiar y una costumbre su salida más o menos forzada del país. Así es. Esa es la cuestión: ¿y por qué seguimos cayendo una y otra vez en el mismo error? ¿Por qué una y otra vez les perdonamos? Sólo hace falta leer la prensa (la mayoría de ella), escuchar a la población (la mayoría de ella) para ver como Felipe VI no queda salpicado por los pecados monetarios de su padre: nada sabía. Quizá buscando el origen podamos entender históricamente la cuestión.

Debemos partir de 1808, el inicio de la Edad Contemporánea en España, el fin del llamado Antiguo Régimen. Los Borbones reinaban en España desde 1700, pero será en 1808, cuando los parámetros políticos de su poder sufran una convulsión, una nueva forma de entender la relación entre poder y gobernados. Ya no se habla de rey y súbditos, sino de rey y ciudadanos. El rey ya no es absoluto, ya no lo es por derecho divino. La llegada de las tropas napoleónicas en 1808 rompen el esquema del Antiguo Régimen. Incluso quienes se oponen a la invasión, creen, en su mayoría, que el nuevo rey (el futuro Fernando VII) debe serlo por soberanía nacional y no por derecho divino. Se produce la primera revolución burguesa española y su primera gran obra: la Constitución de 1812, redactada por unas Cortes elegidas (todavía por sufragio censitario) por los que entonces se consideraban ciudadanos. Su artículo 3 decía claramente que “la soberanía reside esencialmente en la nación”.

Llegaba, así, el liberalismo a España, pero no era un liberalismo revolucionario, como el francés o el que propugnaron más tarde los italianos garibaldinos. Aquí rápidamente quisieron adaptar las nuevas ideas a la “tradición” española. Esencialmente la religión católica y la monarquía. Los tres conceptos (España, catolicismo y monarquía) quedaron atados durante todo el siglo XIX y si nos paramos un momento a pensar, y nos olvidamos de la rabiosa actualidad, lo siguen estando. No ser católico, no ser monárquico en España, también ahora, es como ser menos español. Los fracasos de la Primera y la Segunda República, por motivos bien distintos, ahondaron el esquema mental del colectivo español. República es igual a radicalidad, monarquía es igual a “lo nuestro”. El franquismo hizo el resto. Y lo hizo con un sistema político que era algo así como la cuadratura del círculo: desde 1947 España era oficialmente un reino, pero sin rey. Es decir, durante el franquismo el sistema político era jurídicamente una monarquía. No podía ser de otra manera, lo contrario era ser una república y todos sabemos el repudio que tenía Franco a dicho concepto. Podía no ser una cosa ni la otra, pero entonces ¿qué era? ¿una dictadura? Así fue, más o menos oficialmente, hasta dicho año, pues Franco tildaba a su régimen como un Estado totalitario, pero en 1947 no eran ya tiempos de totalitarismos pseudofascistas, al menos oficialmente.

A la muerte del dictador, todo había quedado “atado y bien atado”. Lo había dicho él mismo en unas palabras que todavía no alcanzamos a interpretar del todo correctamente, pero hay quien dice que, al menos, había logrado uno de sus propósitos: que no volviera una República. Una de sus obsesiones.

Y ahora otra gran pregunta: ¿por qué Juan Carlos abrazó la democracia si había jurado mantener las Leyes del Movimiento? Se han dado muchas explicaciones, pero, de nuevo, simplemente parémonos un momento a pensar: finales de 1975, Europa occidental, ¿podía hacer otra cosa? Para los que ahora nos recuerdan los méritos de Juan Carlos en la Transición, solo una pregunta: ¿tenía otra opción? ¿cuál?. El que hace algo cuando no puede hacer otra cosa, poco mérito tiene.

Y ahora un par de ucronías para hacernos pensar: ¿qué hubiera ocurrido en España, qué hubiera hecho el demócrata Juan Carlos I, y su cohorte de trans exfranquistas, si el accidente de Franco en 1961 hubiera acabado con su vida? La ley preveía que si Franco moría sin nombrar sucesor, cosa que no había hecho en 1961, se crearía una regencia formada por el Presidente de las Cortes, el Prelado de mayor jerarquía miembro del Consejo del Reino y el Capitán General de mayor antigüedad. ¿Hubieran nombrado a Juan Carlos como rey? ¿Cómo hubiera actuado éste? Yo, sinceramente, creo que la democracia no la hubiéramos visto a no ser que los españoles actuaran como los griegos en 1973 y se hubieran cargado la dictadura y la monarquía de una. Pero esto era harto difícil en 1961. Volvemos a la historia comparada: en Grecia parte del ejército era ya contrario a la dictadura en esa fecha y en el referéndum de fines de 1974 la derecha (representada por Constantinos Karamanlis) propugnó el voto a favor de la república. ¿Alguien cree que en el ejército español de los sesenta, setenta y ochenta se hubiera producido tal movimiento? ¿Quién sería en España el derechista Karamanlis favorable a la república? ¿Fraga, Suárez, Areilza? ¿Verdad que no?

Segunda ucronía, más conocida ésta. Imaginemos que el atentado del 20 de diciembre de 1973, que acabó con la vida de Carrero Blanco, hubiera fallado. En noviembre de 1975 hubiera muerto Franco con el Almirante como presidente del gobierno y no mantequilla Arias (como se le llamaba entre la prensa ultra). ¿Hubiera Juan Carlos I hablado de reconciliación en su discurso de coronación? ¿Qué hubiera sido del demócrata Suárez? ¿O del también demócrata de toda la vida  Fraga? Evidentemente, Carrero hubiera seguido dominando el poder con sus aliados del Opus, a los que tan pocos ascos hacía Juan Carlos, por cierto. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta la muerte de Carrero Blanco también en su cama? ¿Y entonces, como dice Jennifer López, la democracia pa cuándo? ¿Para cuándo no quede más remedio? Ahí lo dejo. Para reflexión de todos esos que ahora, incluso con el exrey en paradero desconocido, loan sus gestas por la democracia.

Dicen que Suárez confesó, casi al final de su vida, que nunca se plantearon un referéndum sobre monarquía como en Grecia, porque creían que perderían. Creo, sinceramente, que tal victoria republicana no hubiera ocurrido. Vayámonos a 1977.

Es cierto que el ya entonces rey Juan Carlos I no gozaba de muchas simpatías populares, incluso dentro de la clase política, al menos de puertas para afuera. Es claro que el gobierno de UCD y el partido de Fraga (Alianza Popular) eran abiertamente juancarlistas, pero tanto el PCE como el PSOE eran, estatutariamente, republicanos. Pero, ¿qué quedaba de aquel republicanismo en 1977? Solo teoría. El PCE ya había declarado solemnemente, una semana después de su legalización el 9 de abril, que aceptaba la bandera rojigualda y la monarquía juancarlista. Del PSOE poco que decir tras la toma del poder por el “clan de la tortilla” (Felipe González, Alfonso Guerra,), cuyo objetivo, bajo los auspicios del SPD alemán de Willy Brandt, era alcanzar el poder más pronto que tarde a costa de romper con cualesquiera de los principios fundacionales del partido: marxismo (1979), pacifismo (referéndum OTAN 1986), obrerismo (huelga general de 1988) y la misma decencia ética (corrupción, GAL, etc. etc).

Pero aun así, se escuchaban por aquellas fechas coplillas como la siguiente:

“Si Juan Carlos quiere corona / Que se la haga de cartón / Que la corona de España / No es para ningún barón / Si Juan Carlos quiere corona / Que se la haga de cartón / Que la corona de España / Es del pueblo español”

La cancioncilla no era de ningún grupo antisistema, no era de ningún cantautor melenudo, la cancioncilla la cantaban los falangistas desde mediados de los años sesenta. El falangismo de camisa vieja siempre fue antimonárquico, pretendía un estado totalitario, ni república (que había matado a su líder José Antonio) ni monarquía felona del pueblo español. Acotemos aquí otra pregunta que deberíamos hacernos y debería ser resuelta por algún sociólogo: ¿qué ha sucedido en España para que los más fervientes y genuflexos aduladores de la monarquía sean ahora los miembros de la extrema derecha?

Por tanto, ¿quién hubiera votado por la república en 1977? Aun contando con que los comunistas no hubieran seguido a Carrillo y dudando que los socialistas se la hubieran jugado a la carta republicana, tendríamos, tomando los datos de las elecciones de junio de 1977, unos tres millones de votos republicanos (PCE y otros grupos de extrema izquierda, el PSP de Tierno Galván, nacionalistas vascos y nacionalistas catalanes de izquierda). Eso supondría, aproximadamente, un 16% con una participación semejante a la de junio de 1977. Poniéndonos en lo peor (o lo mejor, según se vea) se hubiera llegado al 20%. Esos son los datos. El resto son ganas de protagonismo (Suárez y su autobombo tan bien descrito por Gregorio Morán), análisis no ajustados a la historia y pocas ganas de ver las cosas con la perspectiva de aquellos tiempos.

[Mientras escribo esto, escucho el excelente postcast titulado «Xrey» que aclara de forma palpable y corrobora cuanto digo. Imprescindible el capítulo 5 sobre el papel de los Estados Unidos]

Y ahora, vengámonos a 2020. Vuelven las voces que reclaman un referéndum sobre la forma de Estado. Nuevamente se conoce poco por una parte al pueblo español y, por otra, nuestro ordenamiento constitucional. En este último caso, recordemos que bien se cuidó la Inmaculada Transición de blindar el sistema. Un cambio en la forma del Estado (Título preliminar de la Constitución) solo es posible con una reforma constitucional que debería seguir los siguientes pasos: aprobación de 2/3 del Congreso y el Senado (234 diputados y 177 senadores), disolución de las Cortes, aprobación del nuevo texto por las nuevas Cortes por otros 2/3 de cada cámara y ratificación en referéndum. Es más fácil que Francia vuelva a la monarquía que en España se dé ni siquiera del primer paso. ¿De dónde sacamos los 234 diputados y 177 senadores?

Por tanto, si una reforma constitucional no es posible, solo queda un cambio de sistema por las bravas: una revolución. No sería necesaria una revolución violenta. Tomemos el ejemplo de Portugal y Grecia a mediados de los setenta. ¡Qué fue contra sendas dictaduras! ¿Y? Si el pueblo desea un cambio, debe forzarlo, sea constitucional o no. No lo digo yo, lo dijo la vicepresidenta Carmen Calvo el otro día: “España es primero una democracia y, luego, tiene como sistema político una monarquía parlamentaria”. Pues, a la faena. A aplicar la democracia. A dejar hablar al pueblo.

Y así, volvemos a la casilla de salida: república igual a revolución, aunque sea pacífica. Pero, ¿de verdad veis al pueblo español salir a cascoporro a la calle a reclamar la república o, cuanto menos, un referéndum? Volvemos al principio, a Pío Baroja: “No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino”. Cambiad la última frase y sigue vigente su idea.

Pero aun realizándose el referéndum, ¿cuántos votarían por la república? Ya sabemos que la derecha, ultra y no (si es que son distinguibles), no lo harían. Quizá los falangistas aún deseen expulsar a los Borbones, pero recuerdo que en las últimas elecciones consiguieron la friolera de 650 votos en toda España. ¿Desobedecerían los votantes socialistas a su líder y presidente señor Sánchez? Que hay voces discordantes en el PSOE, seguro, pero a la hora de votar ¿cuántos lo harían por la república?

Nos quedan PODEMOS (y sus socios diversos), el nacionalismo catalán, gallego y vasco, y algún verso suelto. Entre todos suman seis millones de votos en las últimas elecciones: un 25%. Aunque la participación creciera, dada la importancia del tema hasta el 85%, y la mitad de los nuevos votantes fueran republicanos, no llegarían al 30%.

Estos son los datos. Esta es la realidad. Por no hablar de un grupo que sustenta el gobierno, y forma parte de él, que se declara abiertamente republicano y asume, porque el gobierno trabaja colegiadamente, la marcha del exrey a paradero desconocido. Y es que nunca sabremos la verdad sobre esta salida. Recordemos que las deliberaciones del Consejo de Ministros son secretas y lo que allí hallan hablado Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, quedará siempre oculto. Pero, claro, volvemos a 1977, ¿qué remedio queda? ¿poner los principios por encima de la realpolitik y presentar la dimisión? ¿Dejar de apoyar al gobierno y plantear unas nuevas elecciones donde la derrota de la coalición de gobierno parece segura en estos tiempos de pandemia?

Solución: como siempre el mal menor. Como en 1820 los liberales se conformaron con Fernando VII frente a Carlos María Isidro, el cual dejó a su hija Isabel, como los sesentayochistas de la Gloriosa Revolución acabaron aceptando a Alfonso XII, hijo de la anterior, que dejó el trono a su hijo Alfonso XIII. Y como los franquistas y su oposición acabaron aceptando a Juan Carlos, que ha dejado la corona a su hijo Felipe VI. Sí, a los Borbones los echamos de cuando en cuando, o se van solos, pero nos los acabamos tragando. Y así “hasta el infinito y más allá”.

Pero, aun así, recordad lo que decía Gert del Pozo en la novela Q: “La derrota no vuelve injusta una causa. No lo olvides jamás”. Por lo tanto, como decía Ortega y Gasset allá a principios de los años treinta, cuando hubo que unirse el pueblo para echar otra vez a los Borbones: “nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestro conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia (=la monarquía debe ser destruida)”

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¡ES LA CIVILIZACIÓN, AMIGOS!: De Berlín, negacionismo y gacelas.

Si el algoritmo no me engaña, lo que he escrito en los últimos tiempos no le interesa a nadie. Si entro en las estadísticas de este blog, me llevo la ¿desagradable? sorpresa de que los post más leídos, los únicos leídos a veces, son los que escribí hace tiempo. Años, en ocasiones.

Hoy me he planteado, una vez más, porqué sigo escribiendo aquí. Porqué sigo escribiendo en tantas partes: porque lo que digo, lo que cuento, no parece interesarle a nadie. Aquí hago lo que en persona no puedo hacer. Sentarme y contar las cosas que me pasan por la cabeza es lo que menos daño me hace en este momento. Y debo prepararme para cuando me queden pocos momentos que compartir con quienes aún, a su pesar quizá, me escuchan. Seguir escribiendo aquí es como sentarme en una terraza, esas tan de moda ahora en la Nueva Normalidad, y contar a alguien mis cosas.

Hoy un libro y una frase de mi madre que me hizo pensar, cuya relación, por cierto, no sé si es muy acertada. ¿A quién le puede interesar mi opinión sobre mis lecturas o lo que diga mi madre? A nadie, pero lo escribo porque a alguien se lo tengo que decir.

El libro es “Regreso a Berlín” de Verna B. Carleton. La novela se publicó en 1959, pero se ha convertido en un éxito en su actual reedición, al menos en España. El libro cuenta la historia de un exiliado alemán, en parte judío, que regresa en 1957 a Berlín, occidental, por supuesto. Estamos en plena guerra fría, pero sobre todo, en plena reconstrucción de Alemania, y, durante algo menos conocido: la redención de los alemanes del horror del nazismo. Qué ha ocurrido con todos aquellos nazis que conoció su protagonista (Eric), aquellos que estaban tan cerca de su vida antes del forzado exilio y otros que poco a poco va conociendo en su regreso, especialmente el terrible Grubach. Y digo terrible porque es terrible leer como, con la tranquilidad que uno se toma un café en la Alexanderplatz, se puede llegar a decir, pasada una década de la derrota del nazismo y conocidos todos sus horrores, que Hitler era un hombre de paz, que no quería la guerra, pero fue provocado por los polacos.

La lectura de la novela, que tiene mucho de autobiográfico, pues la autora era alemana por parte de padre y también hizo un viaje iniciático a Berlín antes de escribirla, me ha hecho reflexionar sobre nuestra propia historia y sobre cómo pasamos en España de una dictadura a una democracia. En muchos foros he escuchado que en Alemania hubo una transición donde se depuraron responsabilidades, se sentó en el banquillo a los principales líderes nazis y la sociedad sufrió una catarsis para que no volviera a reproducirse la barbarie. Sobre lo segundo, ya hemos visto resurgir de la extrema derecha, sobre lo primero, es cierto que aquí no se ha sentado a nadie en el banquillo, pero la sociedad no se ha comportado de forma muy distinta a como lo hizo la alemana en los años cincuenta. El olvido, el perdón, el pasar página. Todo para que las culpas no recaigan sobre quienes apoyaron la dictadura, quienes callaron ante los crímenes cotidianos (a veces simplemente no dar de comer a un “rojo” en un comedor social), quienes se lucraron con el régimen.

Hay pasajes en la novela que podrían perfectamente relatar lo ocurrido también en España: “Si un nazi (franquista) famoso podía convencer a los aliados de que siempre había sido demócrata, entonces Grubach pensaba que era muy listo, lo admiraba y le deseaba suerte”. ¿Cuántos Grubach ha dado este país?

Si hay una diferencia, una más, entre la forma en que los alemanes han vivido su “transición” y como lo hicimos nosotros (sin entrar en cuestiones ahora tan presentes como el nombramiento del Jefe del Estado por el propio dictador), es la reflexión sobre ella. En Alemania, como se lee en el extracto anterior, los exnazis sabían que estaban engañando a los aliados (que se dejaban, por cierto), mientras que en España los franquistas (me cuesta escribir exfranquistas) parecían, parecen, convencidos de que verdaderamente siempre fueron demócratas. Incluso que la democracia llegó gracias a ellos. Quizá ese sea el motivo por el cual los alemanes han reflexionado tanto sobre el tema, y es tan frecuente en la literatura o el cine hablar de ello, mientras que a nosotros nos cuesta escribir de forma clara. Leed, si aún no lo habéis hecho, la trilogía de Rafael Chirbes formada por “La larga marcha”, “La caída de Madrid” y “Los viejos amigos”, para entender eso que hemos llamado algunos “la Inmaculada Transición”. «La gente de fuera que anda diciendo que el fascismo ha muerto en Alemania (España) está loca de atar. Nosotros, los que vivimos aquí, nos vemos rodeados por terribles recordatorios de que el pasado no es el pasado. Sigue siendo el presente» (Regreso a Berlín)

La frase de mi madre fue, más o menos, “¿por qué tenemos que comer cada día una cosa distinta?”. Nunca fue buena comedora y ahora a sus ochenta y siete años, le cuesta ponerse a comer cuatro veces al día. Cada vez que acabamos una comida, repite, como un mantra, “¡otra comida más!” o ”¡ya hemos comido otra vez!”. Su frase me hizo pensar. ¡Qué razón tenía! ¿Por qué debemos comer cada día una cosa distinta? El otro día leía un artículo que explicaba como el ser humano se pasó dos millones de años sin tomar lácteos y cereales y verduras. Seguro que ahora podríamos vivir repitiendo la misma comida todos los días, equilibrada, eso sí, pero la misma. La respuesta a porqué no lo hacemos es simple. Emulando al señor Rodrigo Rato, “es la civilización, amigo”.

La civilización, la cultura, es lo que nos hace únicos como especie. Para lo bueno y para lo malo. Hemos tardado millones de años en llegar hasta aquí, para lo bueno y para lo malo. Y no podemos, como especie, dejar a un lado nuestro componente civilizado, cultural. Hace años se puso de moda una dieta, o algo semejante, patrocinada por el médico japonés Hiromi Shinya (“La enzima prodigiosa”), en la que prohibía la ingesta de lácteos. Sus argumentos científicos eran un tanto peregrinos, a decir de otros dietistas, pero lo que me chocó siempre fue su argumentario lógico: que no había ninguna otra especie de mamíferos que tomara leche después del periodo natural de amamantamiento. ¡Naturalmente! Y tampoco hay ninguna otra especie que haga obras tan inútiles como “Las meninas” o “Convergence” de Jackson Pollock, o se plantee su psique para salir de la depresión, o viaje por puro placer, o tenga una conversación sobre el futuro con sus hijos. ¡Es la civilización, amigo!, como decía.

Pero de un tiempo a esta parte se extiende entre la civilización humana una nueva corriente: el negacionismo. Negar las evidencias científicas, negar el avance de la ciencia. Esta corriente también forma parte de la cultura, también existe porque somos una especie única. Para lo bueno y para lo malo. ¿Os imagináis que un grupo de gacelas planteara a la manada que eso de que los leones se las comen es un bulo que han creado un grupo de gacelas que quieren quedarse con el mejor pasto? Pues en esas estamos en la actualidad, ¡es la puñetera civilización!, amigos.

Pero como no somos gacelas, estamos en la obligación de explicar que no hemos llegado a este estadio de la ciencia por casualidad. Que el ser humano es libre de creer que la tierra es plana, que las vacunas son dañinas, que el COVID-19 es una falacia china para dominar el mundo. Pero si yo fuera gacela, no me quedaría quieto esperando servir de desayuno a los leones.

En el actual estadio de civilización humana, de descreimiento del propio sentido de especie, estamos en un punto curioso. Costó cientos de años que la ciencia diera respuesta a cuestiones que antes solo se explicaban con la superstición y la religión. Costó además muchas vidas de quienes nos querían abrir los ojos. Pero ahora la ciencia debe luchar contra la libertad del ser humano que le puede incluso llevar a creer que la ciencia nos engaña. Incluso desde dentro de la ciencia, no hablo aquí de Bunburys o Bosés. Hace unos días parece que se presentó en España un grupo autodenominado “Médicos por la verdad”, negacionistas del uso de la mascarilla, de la vacunación, del confinamiento… Lo curioso es como la sociedad, incluso quienes crees que tienen un pensamiento cercano a la ciencia, creen en semejantes argumentos. Ya digo, gacelas que dicen que los leones no comen gacelas.

¿Qué tiene que ver todo esto con la novela “Regreso a Berlín”? Intentaré explicarlo. Existe un chiste homófobo, que no voy a contar por completo aquí, pero cuyo sentido, más o menos, viene a decir, “empiezas por una tontería, por una gracieta y acabas…”. Eso está ocurriendo con bastante frecuencia en el mundo en la actualidad, y en España particularmente, desde el punto de vista político. Hay que tener mucho cuidado con dar pábulo a ciertas teorías conspiratorias, cierto negacionismo, ciertas ideologías extremistas contrarias al ser humano, o parte de ellos (homosexuales, mujeres, emigrantes…). Se comienza con frases aparentemente inocentes (“las manzanas con las manzanas, las peras con las peras”; “ni machismo ni feminismo”; “nos quitan el trabajo”) y se acaba volviendo a los años treinta del siglo pasado. Muchos pensaréis que exagero. Pues leed “Regreso a Berlín” y veréis como allí se cuenta que la sociedad alemana pensaba que los nazis no eran para tanto, que eran cuatro locos, en parte graciosos, que amaban Alemania por encima de todo (“Deutschland Uber Alles”). Cómo podían ser peligrosos personajes como Heinrich Müller, policía expiloto en la Primera Guerra Mundial, que había combatido a los nazis hasta 1934. Pues el citado Müller, (Gestapo Müller) fue el sucesor de Göring al mando de la temida policía nazi. ¿Y cómo llegó allí? Pues un día te lías, te lías… y acabas de criminal de guerra.

Quien crea que no hay peligro actualmente con ciertas ideologías, que vaya con cuidado, que un día se lían, se lían, la gente les vitorea, se van arriba y…

Quien crea que no hay peligro en el negacionismo científico que vaya con cuidado, que un día dices que todo el mundo tiene derecho a exponer sus teorías, que es una opinión como otra cualquiera y nos acaban comiendo las gacelas.

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SERIES DE PANDEMIA: la lección francesa

Concluido el estado de alarma, toca hacer balance de a qué hemos dedicado nuestro confinamiento. Llegada la Nueva Normalidad, deberíamos recordar si todas las previsiones con las que nos encerramos aquel 14 de marzo se han cumplido. Da el tema para una serie, una serie de entradas del blog en este caso. Pero, poco a poco, no están los tiempos aún para hacer muchas cábalas no vaya a ser que en días volvamos a echar la llave por dentro y ver solo el exterior para aplaudir a cualquier colectivo.

Para una serie no, para varias dio nuestra cuarentena. De todas formas, no somos en casa consumidores compulsivos de esos que de cuando en cuando pasan por alguna tertulia radiofónica a ponernos al día de las novedades. En unos quince minutos de emisión son capaces de recomendarnos una docena de series, la mayoría anglosajonas (americanas para más señas), que se han tragado en una tarde y, claro está, en idioma original. No eres un serieadicto si no ves las series de tirón y en idioma original.

Nosotros seguimos con nuestro periplo por el denominado Nordic Noire. Completamos nuevas temporadas de series que ya nos habían agradado, especialmente El Puente (la original sueco-danesa) con su inspectora asperger (Sofia Helin como Saga Norén), en esta temporada aún más profundamente asperger, tras su paso por la prisión. Pero también otros dos nuevos descubrimientos: Wisting, noruega, en la que un inspector que parece un padrazo sacado de cualquier telenovela de las tardes de domingo de Antena 3, se mete en un buen lío, a tenor de la intervención de asuntos internos (y hasta ahí puedo leer). O Sorjonen/Bordertown, aún más sorprendente, con una pareja de policías sumamente peculiares: él, Kari Sorjonen, un policía de métodos un tanto peculiares, entre el racionalismo cartesiano y la videncia parapsicológica; ella, Lena Jaakkola, una policía rusa llegada a investigar casos en la frontera con Finlandia, de ahí su nombre, con una turbadora historia detrás. En ella, el papel de las dos hijas adolescentes es fundamental. Van de lío en lío.

Después quisimos descansar de tanto frío, ya era bastante desapacible el tiempo atmosférico en aquellos primeros días de confinamiento. Y nos metimos en política. Tras desechar La línea invisible (no estoy preparado para deliberar sobre el tema etarra a través de la ficción, por ello no he hecho ni intento de ir a por Patria), decidimos adentrarnos en la política ficción francesa con Los salvajes. La propuesta es bastante frecuente en el país vecino: la aparición de un presidente de la República magrebí de nacimiento o de origen. Recordemos a Houellebecq y su Sumisión. En este caso, la noche de las elecciones el probable ganador (a la postre así fue), Idder Chaouch, de origen argelino, sufre un atentado, del cual sale mal herido. La trama mezcla la situación de la política francesa respecto al problema de la inmigración, el ambiente social de crisis industrial en algunas zonas (Saint-Etienne), la extrema derecha política y social y la pérdida de valores de las sociedades occidentales, que han dejado de saber de dónde vienen, qué son y a donde se dirigen. La verdad es que nos causó una excelente impresión. Está trazada con severidad, mezcla las situaciones personales con la trama central de forma magistral, tiene unas escenas de la intervención de la policía rodadas con una crudeza casi documental. Y expone la situación en el país vecino de una forma harto aleccionadora. Más adelante os reproduciré el alegato final que es toda una lección de sociología occidental actual o de historia.

Mientras nos preparábamos para tomar nuestra siguiente dosis de ficción política francesa (En la sombra), a Movistar le dio por estrenar a bombo y platillo (cuñas en las plataforma a todas horas, entrevistas varias en el cártel mediático –la SER, Late Motiv, Broncano, que la lio parda, como no podía ser menos, con su protagonista Nathalie Poza) la serie La Unidad. Nos  vendían que era un thriller espectacular, rodado con medios espectaculares, en localizaciones espectaculares (Melilla, Madrid, Galicia, Girona, Tánger, Nigeria y Toulouse). Pero a nosotros no dejó fríos. Esa es la palabra que creo define la serie: su frialdad. Los tonos azules metálicos que abundan en los planos agrandan esa sensación de frialdad. Otra cosa que nos vendieron los promotores de la serie era su credibilidad, ya que los actores, guionistas y creativos habían estado cerca de un año trabajando con los miembros de una unidad antiterrorista de élite de la policía y, por tanto, todo debía ser creíble. Ciertamente, me da la impresión de que, efectivamente, han estado mucho tiempo junto a dicha unidad y sus mandos les han dejado claro lo que se puede contar y lo que no. Los mandos (excepto el político de turno, claro, que sale mal parado, pues es un trepa) y los policías especializados parecen todos sacados de un manual de buenas conductas: ni un taco, ni una triquiñuela para descubrir la verdad, vamos, ni una media hostia a un detenido (miento, hubo un amago, pero quedó en nada). Y sino la idílica relación con la policía marroquí. Nada de controversias por la valla, por las pateras, por la entrada de droga a ojos vista, por la pesca ilegal marroquí en aguas territoriales españolas… Besos y abrazos y un buen cuscús.

Frente a ello, unos terroristas de lo peor, de los que no sabemos nada de cómo se metieron ahí (en contraposición a la francesa Los Salvajes), unas cárceles llenas de árabes radicalizados y prontos a la subversión. Naturalmente, los peores venían de fuera, de Francia, pues aquí, en España, los nuestros no son tan malos.

Como ya he dicho tantas veces, nos falta bastante mala leche y atrevimiento para hacer series que sean provocadoras desde la realidad. ¿Os imagináis una serie en la el Rey sea asesinado, o sufra un intento de asesinato, por un grupo islamista en colaboración con grupos neonazis para subvertir el sistema? Yo no veo a nadie en nuestro panorama cinematográfico atreviéndose, y menos a una productora poniendo el parné.

Y esa idea se vio corroborada con el visionado de las tres temporadas de En la sombra. Se dijo en su momento que era la House of Cards francesa. No puedo decir, no puedo comparar. Solo aguanté cinco capítulos de la serie americana y ya conté aquí porqué la afamada serie me parecía lo que en España venimos denominando “una americanada”. Las tres temporadas de En la sombra giran en torno a Kapita Simon, anterior asesor de medios del Presidente, que también sufre un atentado. En cada una de ellas acaba, a pesar de su intento de dejarlo y marcharse a Nueva York a un puesto bien remunerado y con menos peligro, sobre todo emocional, en la ONU, involucrado en la política francesa, como asesor de presidentes y candidatos y candidatas.

La serie no se anda con medias tintas en la descripción de los manejos políticos: traiciones entre partidos, escuchas internas y externas, líos de faldas, homosexualidad entre políticos de primera línea, algún pedófilo. Y todo mezclado con la situación que agobia a Occidente y a Europa en particular: xenofobia, irrupción de la extrema derecha, situación social explosiva (nuevamente Saint-Etienne, algo debe tener esta ciudad que sale mal parada en ambas series), los problemas con el radicalismo islamista y la hipocresía de los países europeos con el mundo árabe… Y unas tramas personales que hacen de cada uno de los protagonistas una especie de estudio psicológico: nadie es bueno ni malo. Como en la vida misma.

Frente a ello, en La Unidad, estaba claro de parte de quien te ponías. Los buenos eran buenos, y los malos, malos.

No sé si en Francia, cada uno de los personajes es identificado con alguno de la realidad francesa, pero creo que ese es el gran problema para que aquí no se haga una serie semejante. Seguro que alguien se sentiría aludido. ¿Os imagináis un líder de la ultraderecha asesinado rifle en mano por uno de los suyos porque cree que se está ablandando? ¿Y que su sucesora se meta en la cama con el asesor de imagen rival del protagonista y vean con buenos ojos la eliminación de antecesor? Por no hablar de unos medios de comunicación que están tan podridos como el propio poder. Aquí, ni cambiando los nombres se atrevería nadie a rodar escenas en las que el director de un periódico le dice al presidente del gobierno cómo debe actuar. Claro, eso aquí nunca ha ocurrido.

Nos falta mala leche, nos falta valentía. Se han hecho algunos pinitos en temas como la corrupción (la película El Reino o la serie Crematorio) o el tráfico de drogas (Fariña, la última de ellas). Estoy por ver La línea invisible para comprobar cómo trata el peliagudo tema de ETA y ver si estoy en lo cierto.

Creo que es un problema, además de valentía, no olvidemos lo sensibles que están nuestros jueces desde hace un tiempo, de seguir pensando, a pesar de lo que se diga de que tenemos un mal concepto de nosotros mismos como país, de que en el fondo lo malo lo hacen los demás, pero nuestra Historia, nuestro pasado no deja de ser inmaculado. Porque es muy sencillo decir yo no soy racista, pero… El día que tengamos una sociedad como la francesa, que parte también de una historia de “grandeur”, y se nos presente un candidato magrebí, o subsahariano, o sudamericano, veremos si somos tan “guais”.

Hasta que no nos creamos las palabras del presidente Iddler Chaouch en su toma de posesión en Los Salvajes, ante sus familiares argelinos y ante sus paisanos franceses de ocho apellidos franceses, Occidente no tiene solución. La Historia enseña que cada país nace de un cúmulo de estropicios, de los cuales, en la mayoría de los casos no deberíamos enorgullecernos: “provengo de esa otra historia de Francia, que mis antepasados llegaron a ser franceses por medio de la violencia y las masacres, por coerción. Podría hablarles de las colonias y de todo lo que nos envenena, de las verdades que, de tanto callarlas, se han vuelto letales […] Sí, somos libres, pero estamos lastrados por una herencia y todos nos sentimos orgullosos de ella, pero la mayoría de las veces deberíamos avergonzarnos. No hay nada que nos impida deshacernos de ella. Y sin embargo, dudamos, dudamos porque nuestras sociedades ya no cuentan con la tranquilizadora homogeneidad étnica del pasado […] Y sí, dudamos, y es normal. Dudamos porque no tenemos claro que podamos vivir juntos, que podamos vivir simplemente los unos con los otros, y tampoco sin los otros. Sí, estamos orgullosos. Sí, sentimos vergüenza. Y eso es lo que nos hace a todos libres. Nadie es inocente, ni puro. El mal está ahí, acechando en cada uno de nosotros. Somos capaces de lo mejor. Y somos capaces de lo peor. Ambas cosas a la vez. Somos los más civilizados y los más salvajes”.

¡Qué lección de historia en un solo párrafo! Para hacérnoslo mirar. TODOS. Así es que, cuando leas estas líneas finales no pienses en la historia del vecino, piensa en la tuya misma y vuelve a leer las palabras finales de la serie Los Salvajes. Mientras no lo hagamos así, seguiremos siendo solo salvajes.

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TWITTER: La nueva garganta profunda

Antes de nada un poco de Historia. Y otro poco de aclaración antes de que los lectores de las nuevas generaciones se lancen con su dispositivo a buscar qué es eso de “garganta profunda” y tenga algún problema con los partidarios del “pin parental”.

En 1972 el periodista americano del Washington Post Bob Woodward contactaba con un informador miembro del FBI que estaba al tanto de la investigación del Watergate, el caso de escuchas al Partido Demócrata por parte de la Casa Blanca (al mando de R. Nixon), durante la campaña electoral de ese año. Woodward tenía una fuente que le pasaba información desde el FBI, con la promesa de que nunca rebelaría la fuente. El periodista se refería a esa fuente como Garganta Profunda. El nombre procedía de una película pornográfica de título homónimo, protagonizada por Linda Lovelace, que tenía una particularidad que creo no hace falta que os describa.

El citado periodista, junto a Carl Bernstein (Robert Redford y Dustin Hoffman en la película Todos los hombres del presidente), estaban logrando cambiar el periodismo. Más allá de lo que se denominó Nuevo Periodismo Americano, este periodismo basado en la investigación y la exclusiva, no tenía tanto un afán literario como aquel, sino de impacto, credibilidad y veracidad, caiga quien caiga. A pesar de que los periódicos americanos estaban ligados a grupos empresariales, a veces con una ideología bien marcada y que jugaban a quitar y poner sujetos en el poder, no le dolían prendas en ir contra alguno de los miembros del supuesto partido al que se adscribían. La excelente serie Newsroom, glosada varias veces aquí, relata perfectamente lo que digo.

Este periodismo tenía una de sus bases en el control de fuentes anónimas que solían provenir del interior de los organismos investigados. La no revelación de estas fuentes era la base de la confianza y el traspaso de información. En el caso del Watergate y los periodistas Woodward y Bernstein, nunca rebelaron quién era Garganta Profunda, también denominada, La Fuente. Tuvieron que pasar treinta años para que W. Mark Felt dijera a la revista Vanity Fair, que él era Garganta Profunda. Era 2005, tenía 95 años, y, al parecer, la presión familiar para aprovechar los derechos literarios del abuelo, llevaron al que fuera número dos del FBI en tiempos de Watergate a salir de su silencio.

Esas eran las fuentes, ese era el periodismo, ese era la forma en la que accedíamos a la información los ciudadanos en aquella época.

¿Quién es ahora Garganta Profunda? ¿Quién es ahora nuestra fuente? ¿De dónde nos nutrimos de noticias?: Twitter.

La pandemia del coronavirus, el Estado de Alarma, el confinamiento han potenciado un proceso que se veía venir desde hace tiempo. Twitter lo ha colonizado todo. Quizá esté un poco anticuado y existan otras plataformas que le estén haciendo la competencia, pero para lo que pretendo contar, me sirve ésta o cualquier otra. No digo ya levantarse por la mañana temprano, ir al quiosco más cercano, comprar la prensa, la misma cabecera siempre o ir variando, sino incluso levantarse y coger la tablet para repasar la prensa, se han convertido en procesos y gestos anticuados. Ahora mis alumnos abren twitter y se “informan”.

Tiene Twitter una forma curiosa de comportarse en el asunto de las noticias. Cualquiera puede convertirse en Garganta Profunda. Simplemente tiene que crear una noticia (“hilo” creo que se llama, pero quizá me equivoque) y comienza a rodar como la pólvora. No es necesario de este nuevo Garganta Profunda esté infiltrado en el sistema, que sepa si lo que cuenta es cierto o un rumor que ha visto, leído, escuchado en algún lugar. Cuantos más lectores de la noticia, más retuits, más popular se hace: es lo que se conoce como viralizar. Que, por cierto, proviene de virus, porque se extiende como él. Pero recordemos cómo están gestionadas las noticias en Twitter: número limitado de palabras e imágenes que en la mayoría de los casos han sido manipuladas (“memes”). Es cierto que en los canales “oficiales”, se anexan artículos de periódicos o revistas, pero ¿cuántos de los usuarios de Twitter abren la noticia original? Mientras se levanta, coge el móvil, abre Twitter y comienza a dar “likes” y retwitear  aquello que le resulta atractivo, aquello que comulga con su pensamiento, sea éste político, social, deportivo, cinematográfico o de cualquier otro tipo. Y, así, algo que alguien escribió en un momento, quizá por divertirse, quizá por joder, se convierte en viral. Y desde entonces al pasar a ser TT (Trending Topic) no se habla de otra cosa. Google, su poderoso algoritmo, lo incluye entre sus favoritos y aunque no quieras enterarte, al abrir tu móvil ya te dice que existe un fulano que ha dicho semejante sandez, la abres por curiosidad y ello alimenta al algoritmo que la sube en el escalafón de noticias importantes.

No me estoy aquí refiriendo únicamente a los bulos, que también, sino a cualquier cuestión más o menos trascendente. A que nuestra fuente de información, nuestra Garganta Profunda, ya es anónima para siempre. Hasta los organismos oficiales tienes su cuenta de Twitter: el gobierno, la(s) Policía(s), los ministerios, los partidos… ¿Es necesario alimentar el monstruo de esta manera? Ya hemos visto como es capaz de liarla parda el Gran Presidente Mundial, Trump, en su cuenta. Dudo que él personalmente la gestione y que todo no sea una estrategia, vía FBI, la Fox o cualquier otro organismo semejante para poner a prueba la capacidad de tragaderas del electorado americano y de los gobiernos aliados.

Y de Twitter (la actual Garganta Profunda) se pasa al siguiente gran canal de comunicación actual: WhatsApp. En realidad se retroalimentan. Capturas de mensajes de WhatsApp inundan Twitter y llegan a esos grupos a los que pertenecemos sin saber en ocasiones porqué. Otras veces son mensajes de WhatsApp los que son insertados en el Twitter. El objetivo es el mismo: difundir de forma viral un mensaje que apoye nuestros pensamientos o nuestras opciones. Pero todo está apoyado en cómo es el soporte, como es nuestra lectura, como es la edición del mensaje.

Decía el historiador francés Roger Chartier que la historia es siempre historia cultural y que ésta está determinada por la posición del lector, la lectura y los libros. Resumiendo mucho sus teorías, indica que la Historia ha evolucionado en fases que han venido determinadas por las formas de lectura, la posición del lector y el formato y construcción del libro. A modo de ejemplo, en la Edad Media, la lectura era en muchos casos colectiva ante el excesivo número de analfabetos (en ferias, en casas particulares, en monasterios…), el lector pertenecía a las capas más altas de la sociedad, y el libro era un objeto único que se realizaba artesanalmente. Desde la revolución burguesa, la lectura era íntima y personal en la mayoría de los casos, el lectora se había masificado, tendiendo a la universalidad, y el libro era un objeto de consumo fabricado en el más puro entramado capitalista: editoriales, cadenas de montaje que hacen objetos clónicos, distribución mundial… Chartier indicaba que el mundo cultural de cada época estaba determinado por esas formas de acceso a la cultura y que se preveía una nueva con la llegada de la era digital. Lectores universales que hacen una lectura hipertextual de los escritos, saltando de un enlace a otro, de forma rápida, “líquida” (Zygmunt Bauman), que se comunican entre ellos de forma casi inmediata pasando sus propias opiniones o las ajenas sobre cualquier asunto. Aquí os enlazo una interesante entrevista donde lo expone claramente: “Leer en papel contra leer en pantalla”. La lectura en dispositivos digitales provoca la necesidad de su escaso tamaño, del tiempo limitado dedicado a ella. En muchos artículos de periódicos digitales se te indica al principio del mismo el tiempo que tardarás en leerlo para que te hagas a la idea y si supera tus posibilidades, lo abandones, leyendo a lo sumo el titular y la entradilla. Ya con ello te da para poner un Twitt o un mensaje de WhatsApp. El libro, el soporte digital de la lectura, diríamos mejor, ha transformado el acceso a ella y a la actualidad. Artículos cortos, mal estructurados, con una fundamentación cogida por los pelos, donde lo importante es transmitir una forma de entender la actualidad. Los editores han desaparecido en realidad. Sí, continúan existiendo las editoriales, los periódicos digitales, las revistas digitales, pero el lector masivo no va a estas lecturas. Abre el Twitter por las mañanas, se sienta a desayunar, preferentemente en una terraza pospandemia, a ver sus innumerables grupos de WhatsApp que le pasan la información.

Ya ha dejado de ser importante lo que se dice, quien lo sustenta, la fuente: Garganta Profunda. Porque Garganta Profunda  somos todos. Todos somos el origen y el fin de la información.

Ahora bien, la proliferación de programas casi autoproducidos vía streaming durante esta pandemia ha acentuado un fenómeno que ya estaba presente de forma física en nuestras mesas de reunión familiar. Se denominó, el cuñadismo. En realidad el sujeto (hombre o mujer) ya existía antes. Era el denominado enterao. El que sabía de todo y en las conversaciones se daba el pasto de conocer todas las teorías conspiratorias, soluciones prodigiosas e informaciones de fuentes irrevelables. Solo que ahora se ha hecho viral también el fenómeno. En los canales de Youtube proliferan estos personajes (ricos, famosos y defraudadores en muchos casos) que son el prototipo del cuñadismo. En sus canales lo mismo te dan lecciones del origen de la crisis de los Balcanes, las investigaciones de la vacuna del COVID, la última serie frikie de moda, los fichajes del Madrid de baloncesto o cómo se hace una tarta de manzana.

He conocido uno de ellos en esta pandemia que sirve perfectamente como ejemplo. Creo que es un ídolo de la generación millenial y posmilenial (llamada también Z). Yo no he tenido tiempo ni ganas de ponerme a investigar sobre su origen y fortuna, solo he tenido que soportarlo en uno de esos programas que me ha hecho más llevadero el confinamiento (“Colgados del Aro). Se trata del famoso Ibai: cientos de miles de seguidores en distintas plataformas, en algunas rebasando el millón. Pues bien, este erudito a la violeta del siglo XXI lo mismo te narra un partido de fútbol virtual, o juega una partida de ello, que se convierte en crítico culinario (criticando la página El Comidista), hace vídeos tutor ales de cómo ponerse en forma durante el confinamiento,  que es fichado para comentar el basket en los ¿próximos? Juegos de Tokio. ¿Pero este chaval, 25 escasos años, domina todas estas cosas? No, pero no hace falta. Hace gracia, se viralizan sus opiniones, sus vídeos y ya se ha convertido en nuestra fuente, en Garganta Profunda.

El rigor, la veracidad, el saber de qué estás hablando ya no está de moda, ya no interesa. Lo importante es que se difunda. Hablar por hablar, así se llama, por cierto, un programa emitido de madrugada por la SER. Y se trivializa con ello. Una anécdota final que ilustra lo que quiero exponer. En ese programa, supuestamente de baloncesto, pero en el que hablan de todo, un día se enzarzaron a comentar el tema del “pin parental”. Un ultraconservador (aunque él no lo sepa, como decía Rosa Díez de los votantes de UPyD), un tal Kovacs, se enredó a comentar la presencia de la religión en los centros (sus hijos van a uno privado concertado católico) y los demás le siguieron el juego, poniendo sobre la mesa una docena de inexactitudes (que si la religión no hace media, que si los valores éticos son obligatorios, incluso creían que aún existía Educación para la Cidadanía). El resto de contertulios, periodistas o comentaristas deportivos todos ellos, le siguieron el juego. Al final el conductor del programa, el exjugador Juan Manuel López Iturriaga, dijo “bueno, nosotros de esto no entendemos, pero es que somos un programa de humor”.

Ese es el nivel, esa es la cuestión. Yo no entiendo la mayoría de tuits que leo, pero, unos me hacen gracia, otros los ha escrito Fulanito al que “sigo en…”, y estos, “¿qué más da?” le doy “Like” y así formo parte de la nueva sociedad de la información. ¡Cuesta tan poco! Clic… y a volar… a viralizar el mundo.

¿Qué será, pues, de mis alumnos que están dedicando un tiempo de su vida, quizá los mejores años en estudiar una carrera cuyas funciones están viralizadas? Sí, supongo que en las facultades de Periodismo les dirán que siempre estarán los artículos en profundidad, los reportajes y todo eso, pero, quien los leerá con lo fácil que es pasar el dedo por la pantalla y hacer clik.

Dedicatoria: para ti Luis, para que todo esto no sea verdad.

Y por cierto, Mike Hadreas (Perfume Genius) lo ha vuelto a hacer, a hacer una maravillosa y tierna canción con la que nos identificamos muchos;

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